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Ceferino de Blas.

La ciudad redescubierta

El escritor Pedro Feijoo posee una virtud que no abunda: la gratitud. No pierde oportunidad de recordar lo que adeuda en su aprendizaje y conocimientos a su abuelo, Manuel de la Fuente, el buen periodista, escritor e investigador vigués.

Es un gesto humano reconocible en el autor que despunta entre los escritores de la nueva generación, de la cosecha que madura en Vigo.

Domina el relato que hace atractivo el tema en que se ocupa, y lo casa con una elaborada documentación.

Sin duda, esta práctica la aprendió de De la Fuente, al que siendo niño acompañaba a los archivos y bibliotecas en busca de datos para sus apuntes hemerográficos. Las magníficas "postales" centenarias, que publicó diariamente, desde 1987 hasta principios del actual siglo, en que se jubiló.

Eran retazos de historia, e historias, que tal vez debieran reeditarse algún día, porque el pasado bien narrado, a diferencia de la actualidad, no pierde frescura.

De raza le viene al galgo a Pedro Feijoo ese interés por el tiempo ido, y en particular el de la ciudad que tantas veces pateó.

Una muestra es "Camiñar o Vigo Vello. Un paseo pola historia da cidade", su último libro, en el que describe rincones y edificios y narra episodios a medida que se va desplazando por su quebrado perfil.

No escatima arrestos para clarificar hechos, cuando se trata de cuestiones sobre las que se ha tejido un relato aparentemente incontrovertible, y no lo es.

A punto de celebrar un nuevo aniversario rosaliano, reenumera el edificio en que se publicó "Cantares gallegos", el libro auroral del idioma gallego que dio origen al Día das Letras.

El 17 de mayo de 1863, la imprenta de Compañel, en la que se editó, no ocupaba el número 12 de la calle Real, donde ahora luce la lápida que lo recuerda, y lo sitúa J.M. Alvarez Blázquez, ni tampoco en el número 14, como atestigua Antonio Odriozola. Feijoo la ubica en el número 21.

La explicación es que Juan Compañel tuvo su imprenta en todos esos números, en los que editó "La Oliva" y "El Miño", dos de los primeros periódicos que se publicaron en la ciudad.

También aboga por la tesis que no todos los investigadores comparten: que Murguía dirigió por algún tiempo "El Miño", y que durante unos meses lo acompañó en Vigo su esposa, Rosalía de Castro.

Ya lo aseveraba en un artículo Avelino Rodríguez Elías, que recordaba la anécdota de que en la ciudad causaba impresión ver al matrimonio en sus paseos por las calles, Rosalía tan alta, Murguía tan bajo. Pero sobre todo, lo confirma la propia correspondencia de Murguía.

No es Pedro Feijoo el primero que dedica un libro al Vigo vello. Lo precedió Pedro Díaz, un prosista que formó en el selecto grupo de escritores vigueses de mediados del siglo pasado.

Su libro, "La caracola de pedra. Percorrido polo barrio histórico de Vigo" (1982), con prólogo de Valentín Paz Andrade, como el de Feijoo, medio relato histórico, medio guía turística, es un paseo por el Vigo Vello con el que ilustraba "in situ" a los alumnos. Describe las calles y los edificios más significativos, por su arquitectura, historia o por alojar un comercio o una actividad que capta el interés.

Pedro Díaz también entró en la polémica de la imprenta de "Cantares Gallegos", y tras comentar todas las hipótesis sobre el número, afirma que vio en el Archivo de Pontevedra un ejemplar de "El Miño", de 1864, que llevaba como pie de imprenta el número 24 de la calle Real, pero las oficinas estaban en el 21.

Ambos libros merecen atención, por la finura literaria, el contenido documental, y haberse detenido a divulgar las muchas bondades que encierra la zona más vetusta, y en tiempos noble, de la población.

Porque hubo un periodo en que hasta sufrió desprecios, oscurecida por el Vigo suntuoso de finales del XIX y comienzos del XX.

Pero existe esa ciudad antigua que merece ser tenida en cuenta. Cuando se complete la rehabilitación, se habrán recuperado unos barrios dignos de ser mostrados sin complejos.

Aunque se hayan permitido actuaciones lamentables sin que se levantasen voces ni autoridad para impedirlas. Por ejemplo, el Berbés ha quedado encajonado, maltratado y abandonado, y merece un estudio riguroso para un eventual rescate. Porque en urbanismo hay pocas cosas irreversibles si existe voluntad de recuperar lo mejor.

Una cualidad de los escritores es tener la sensibilidad para fijarse en aspectos y pormenores que pasan inadvertidos a la mayoría y explicarlos con gracia. Eso han hecho los dos Pedros.

Caminando con sus libros por el Vigo antiguo se encuentra una ciudad diferente, cargada de historias, y edificios ante los que merece la pena pararse a contemplarlos sin prisa. A lo mejor hasta se descubren detalles que no vienen en los libros.

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