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Adolfo Suárez 2018

Considerados desde la perspectiva actual, los cambios jurídicopolíticos que lideró Suárez en sus breves años de presidente del gobierno resultan asombrosos, más teniendo en cuenta el contexto en que tuvieron lugar: un país recién salido de una larga dictadura, unas fuerzas armadas franquistas, el terrorismo de ETA con muertos un día sí y otro también, condiciones desfavorables que no impidieron, sino impulsaron, la obra de transformación: desmantelamiento de los aparatos de gobierno del viejo régimen, comienzo de la democratización del ejército y de la policía, restablecimiento de la "Generalitat", legalización del Partido Comunista, aprobación de la constitución que dio lugar a los estatutos de autonomía (cupo vasco y posibilidad de incorporar Navarra al País Vasco por referendo incluidos). Desde luego contó con el apoyo del Rey deseoso de labrarse una nueva legitimidad, diferente de la bastarda de su nombramiento pero es Suárez, hombre libre de ataduras políticas, con las dosis exigibles de cinismo y oportunismo, con su olfato político y su capacidad de negociación y su voluntad democrática de recoger en la Ley la normalidad de la calle, el factor decisivo.

Puede verse como especulación inútil lo que haría hoy Suárez para encauzar el conflicto catalán, pero pone al menos de relieve la clase de político necesario. Un político como Suárez captaría inmediatamente el cambio histórico de la derecha política catalana que, abandonando la ambigüedad, arrostra la prisión y las amenazas a sus patrimonios. Un político como Suárez hubiera dialogado en Madrid y en Barcelona con los líderes del soberanismo sin plantear esos límites metafísicos en los que cree el actual presidente. Nunca hubiera dejado pudrir la situación. Haría política desde el primer momento sin perderse en la judicialización de la misma. Quedaría atónito ante el espectáculo de los jueces liderando la lucha política con sus pistolas jurídicas, jaleada en algún medio como un duelo en O.K. Corral.

Frente a la inacción de un gobierno integrado por una élite funcionarial, eficaz en el ámbito de sus técnicas particulares pero sin visión política, un Suárez comprendería que en 2018 el único modo de mantener vinculada a Cataluña es reconocerle un Estado, reforma más fácil de realizar hoy que la articulación autonómica de los setenta y no vería ningún drama o imposibilidad en la sustitución de la fidelidad al viejo mito de la Nación Española única e indivisible, (inexistente en tanto única)por la fidelidad al Estado Plurinacional. Hoy a este nuevo Suárez quizás le falta el apoyo de la corona, incompatible con una República Catalana. Pero D. Felipe Borbón siempre tendría la opción búlgara, a cambio del trono, convertirse en líder de la derecha y ganar eventualmente las elecciones, como su colega el exrey de Bulgaria.

Desde luego con posibilidades mucho mayores que las de las descabelladas propuestas de ciudadanos para las alcaldías de Madrid y de Barcelona y que recuerdan a la que tuvimos aquí, entre nosotros, (me refiero a la formulación, no a la persona) de un "señor para una ciudad".

Parece que hay algunos que no aprenden nunca.

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