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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Mentiras y planes secretos

Cuando los días 6 y 9 de agosto de 1945, el presidente de Estados Unidos Harry Truman ordenó el lanzamiento de sendas bombas atómicas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, ningún otro país del mundo disponía de lo que a partir de entonces se llamó el "arma definitiva". Cinco años más tarde, en cambio, después de que tropas norcoreanas y chinas hubieran desbordado el paralelo 38, el mismo hombre renunció a utilizarla pese a las presiones del general MacArthur (el que fuera virrey de Japón) y de otros militares del Pentágono. Pero, entonces, ya había otro factor estratégico a tener en cuenta: la Unión Soviética también disponía de ella. "Si nos hubiéramos retrasado un año o año y medio en el desarrollo de la bomba atómica -les dijo Stalin a los científicos rusos- entonces quizá la habríamos probado en nuestra propia carne".

A partir de ese momento, se desarrolla lo que dio en llamarse "equilibrio del terror". Las dos grandes potencias se embarcan en una costosísima carrera armamentística, y otros países acceden al tan selecto como siniestro club nuclear. Entre ellos, Gran Bretaña, Francia, China, India, Pakistán e Israel, que aunque nunca lo ha reconocido oficialmente dispone de un potente arsenal atómico, en cualquier caso absolutamente desproporcionado en relación con su población (8.547.000 habitantes) y con su territorio (en la actualidad 20.700 kilómetros cuadrados). Conscientes de que solo la fuerza del arma atómica (la "force de frappe", como la llamaba el general De Gaulle) es el supremo argumento para hacerse respetar en el tablero internacional, algunas otras naciones intentaron disponer de armamento de esas características.

Aunque la mayoría no pasaron del estadio civil del proyecto. Lo hizo Irak y fue duramente castigado por ello pese a no poseer las famosas "armas de destrucción masiva" que se le atribuyeron (si hubiera dispuesto de ellas es obvio que nunca hubiera sido atacada). Y lo hizo la Libia de Gadafi que fue brutalmente arrasada pese a la evidencia de que había renunciado a ellas. Ahora, la tensión se ha trasladado a Corea del Norte y a Irán. Aunque en estos dos casos el tratamiento está claramente diferenciado. En el primero de los contenciosos, existe la certeza de que el arruinado régimen de Pionyang ha conseguido hacerse con armamento nuclear y se intenta una negociación que asegure el intercambio de mantequilla por cañones dando garantías de que Corea del Norte, que goza de la protección de China, no será atacada.

En el segundo, en cambio, nos enfrentamos a las presiones que ejerce Israel sobre Estados Unidos para que el gobierno que preside Donald Trump renuncie unilateralmente al pacto que firmó su país junto con Francia, Inglaterra, Alemania, Rusia y China. Un pacto que, de hecho, suponía la renuncia al uso militar de la energía atómica por el régimen de Teherán. Y la táctica que emplea el Estado de Israel para hacer tolerable ante la opinión pública mundial una nueva -y muy peligrosa- intervención militar en Oriente Medio, se parece demasiado a la sarta de mentiras que precedieron al ataque contra Irak. Según el presidente del gobierno de Israel, hay evidencias de planes secretos iraníes para burlar el contenido del pacto. Una nueva versión de las "armas de destrucción masiva".

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