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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Importancia de los sindicatos

De la misma forma en que para mucha gente la Semana Santa se ha desacralizado, y ya se contabiliza como un periodo eminentemente vacacional, para otra mucha gente el Primero de Mayo se ha desideologizado de forma notable. Y más aún si cae en vísperas de festivo, circunstancia que lo convierte en uno de los principales apoyos del largo puente primaveral, que para los residentes en la capital del Estado se prolonga un poco más con la celebración del 2 de mayo, cuando se conmemora la heróica resistencia del pueblo madrileño ante las invasoras tropas napoleónicas.

Durante el largo periodo de la Dictadura, el Primero de Mayo pasó a ser una fecha maldita desde que Franco, en plena Guerra Civil, lo abolió como festivo para toda la zona nacional un 12 de abril de 1937, y lo sustituyó después por la Fiesta de Exaltación del Trabajo el 18 de julio, día en que se celebraba a nivel oficial el alzamiento militar contra la República.

Unos años después de concluida la Segunda Guerra Mundial, con la derrota de los fascismos (en todas partes menos en España), el Papa Pio XII vio la oportunidad de que la Iglesia Católica metiese baza en el pujante movimiento proletario, mayoritariamente laico y de izquierdas, y puso el Primero de Mayo bajo el patrocinio de San José (el más famoso carpintero del mundo) con el nombre de San José Artesano, o San José Obrero, que bajo esas dos formas se le conocía. Una iniciativa que el general ferrolano, como devoto hijo de la Iglesia que era, secundó entusiásticamente en 1957 instituyendo lo que se conocía por "demostración sindical". Un espectáculo de masas que se celebraba habitualmente en el estadio Santiago Bernabéu y en el que desfilaban frente al dictador diversas representaciones del mundo del trabajo haciendo gimnasia, pruebas de habilidad profesional, bailes regionales y en fin, todas aquellas cosas que un proletariado sano y escasamente reivindicativo debe de hacer.

Al "primero de los españoles", como le llamaban sus panegiristas, le gustaba especialmente dejarse mecer en el halago de los adictos, tanto si procedía de círculos elitistas como de multitudes convocadas a toque de corneta, con el autobús y el bocadillo pagado porque el general solo salía a la calle para ser aplaudido. El resto del tiempo lo pasaba en el palacio de El Pardo (donde disponía de una sala de cine), de caza, de pesca o viendo fútbol en televisión. Dos años después de su muerte, en 1977, el Gobierno de Suárez toleró la celebración en la calle del Primero de Mayo por unos sindicatos que habían soportado en la clandestinidad (y en la cárcel) la persecución de la dictadura. Y al año siguiente ya se le reconoció oficialmente como fiesta. Hasta hoy.

Era, aquel, un tiempo de esperanza y se confiaba, un tanto ilusamente, en que con la llegada de la democracia el papel de los sindicatos sería preponderante. Pero no fue así. La afiliación no fue todo lo numerosa que se esperaba, la unidad de acción sindical se resintió de la subordinación a los partidos hermanos, y se burocratizaron en exceso los cuadros. Pese a todo, yo asisto todos los años a la manifestación del Primero de Mayo. Con sus enormes defectos, los sindicatos son imprescindibles.

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