Un amigo neoyorquino me comentó un día que después de haber participado como soldado en la invasión de Irak, al regresar a su país, Estados Unidos, lo primero que hizo fue matricularse en la universidad y estudiar historia. Quería saber, me explicaba, cómo se había llegado a esa situación, y para ello había que leer libros, acudir a las fuentes y verificar los datos. No hablaba de la importancia que tenía el título universitario en su reincorporación a la vida civil, ni de las posibles salidas laborales que dicho título le podría facilitar. Quería entender por qué él había estado allí, en esa región del mundo, cumpliendo con su misión. Y no había mejor lugar que el mundo académico para resolver aquellas inquietudes. Pocas veces escuché exponer con tanta claridad la verdadera función del conocimiento. Cómo este te hace huir de las certezas, cuestionar los discursos oficiales y apreciar los documentos, ya que el gobierno, como dijo I.F. Stone, a veces no se miente a sí mismo, pero estudiándolos también con una mirada escéptica, sabiendo que los hechos no siempre son susceptibles de ser desclasificados.

Los libros, las fuentes y los datos le aclararon a mi amigo algunas dudas, pero también surgieron otras distintas, las cuales le conducirían a otros libros, a otras fuentes y a otros datos. Porque una vez iniciado el viaje, ya no hay retorno. Una obra te conduce a otra obra; un autor te presenta a otro autor. De ahí que entrar en una biblioteca suponga algo parecido a entrar en una fiesta: como hay mucha gente que conocer y poco tiempo para disfrutar, uno se ve obligado a elegir con quien pasar el momento. Conviene, por tanto, ser inteligentes (y atrevidos) a la hora de seleccionar las compañías.

George Steiner escribió que Arthur Koestler, a quien Jorge Freire dedicó una biografía apasionante sobre su estancia en España, tenía serias dudas de que un pensador de su época, el violento siglo XX, pudiera llegar a ser feliz. Sin embargo, "en los buenos tiempos -afirma Steiner- Koestler irradiaba una rara pasión por la vida, un hondo júbilo ante lo desconocido. Parecía ilustrar la idea de Nietzsche de que hay en los hombres y mujeres una motivación más fuerte que el amor, el odio o el miedo. Es la de estar interesado: por un corpus de conocimiento, por un problema, por una afición, por el periódico de mañana. Koestler estaba sumamente interesado". Por esa misma razón mi amigo se graduó en Historia y ahora quiere hacer un doctorado. Porque está "sumamente interesado". Siente una curiosidad que trasciende su currículum, del cual, curiosamente, nunca habló. A pesar de sus contrastados méritos. La universidad es un medio y también un fin. El comienzo de una conversación infinita solo interrumpida por la muerte.