La última lectura en la que he reposado mis ojos ha sido un número de la revista colombiana Aleph (nº168, enero/marzo, 2014; año XLVIII), Monográfico sobre la vida y obra del escritor Eduardo Escobar . Confieso que muy poco sabía de este autor, mas, ahora que he advertido su transcendencia, les prometo que volveré sobre él. Eduardo Escobar (Envigado, 1943) ha sido y es muchas cosas: escritor, poeta, periodista, pintor, crítico, melónamo, retratista?y cofundador del movimiento literario nadaísta. En su obra se advierte una formación básica cristiana, que reafirma una ética sólida, en rebelión contra la descomposición y transposición de valores; desde la que examina la suerte de la especie humana, en las tentaciones, dudas, errores? María Dolores Jaramillo lo define así: "En defensa de la solidaridad, la justicia, la protección del débil, el respeto de las diferencias, la autenticidad, el despojo de la mentira, el coraje para decir la verdad?" ¿Se trata de un santo sin aureola?. La respuesta, no exenta de ironía, nos la da el propio Escobar: "Lo que me diferencia de los verdaderos santos es que mientras éstos se confiesan más indignos de la santidad, yo cada día me considero más un verdadero santo". De esto a lo otro, van hoy mis divagaciones, a modo de artículo de peso liviano.

¿Qué es amar?

Amar es dar y darse, es compartir ideas, proyectos, alegrías, penas? es reemplazar dos vidas por solo una con afanes comunes. Rainer María Rilke (Praga, Bohemia, 1875- Val-Mont, Suiza, 1926) apuntó: "El amor consiste en que dos soledades se protejan, se deslinden y se hagan felices mutuamente". Y avanzó algo más, habló de hacerse uno guardián de la soledad del otro.

Es todavía habitual ver hombres cómodamente parados y dispuestos siempre a recibir, cuanto más mejor, y dar, lo que se dice dar, dan poco o nada. Llegan "agotados" del trabajo, se sitúan cómodamente sentados ante el televisor y esperan ser bien servidos por "su señora", evitando que los niños le molesten. ¡Por fortuna!, ha disminuido su número en la sociedad actual, pero todavía hay demasiados. A su egoísta postura le llaman amar. Son como las ladillas, en sentido estricto, siempre dispuestas a extraer todo lo bueno de su pareja, sin importarle el desasosiego y malestar que provocan. Por supuesto, sin dar nada a cambio, salvo su aportación a la subsistencia familiar.

¿Cómo nos transforma el crecimiento y la maduración? Mientras eres niño, el pintor te retrata de apariencia angelical y te representa rollizo, saludable, con blanco sayal y alitas sobre las paletillas. Según vas creciendo, te retrata de apariencia diabólica y te representa delgado, canijo, despojado del sayal, con tinte rojo y con rabo y cuernos. Pero claro, de las astas no suele ser responsable el pintor, sino la pareja del cornudo. ¡Hombre, no se ofenda, mas debe saberlo y preguntarse los porqués de su cornamenta! Desde luego nada tiene que ver con Cernunnos, el céltico dios astado; ni tampoco con la imagen cabría y siniestra de Satán. En el "pestilente amigo", humano venado, usted, querido lector, puede creer o no, yo sí creo. También lo confirmó Vicente Risco (Ourense, 1884 - 1963): "Una conclusión clara se desprende de todo: el diablo existe. ¡Arrenegado sea!" (Satanás, 1945) -léame en Vicente Risco frente a Satanás. Faro de Vigo, 19.08.2012-. En todo caso, usted puede consolarse con la lectura del libelo Paradoja de Gutierre de Cetina (Sevilla, 1520 - México, 1557), que abunda en la defensa de una postura muy clara, sobre los cuernos: "Trata que no solamente no es cosa mala, dañosa ni vergonzosa ser un hombre cornudo, mas que los cuernos son buenos y provechosos". Para ello arranca el texto constatando que los hombres tenían cuernos en la antigüedad. Los tenían los gigantes y en ello radicaba su grandeza y soberbia. Pero Júpiter castigó a sus descendientes con la carencia de los mismos, para así poder domar a los humanos. Y concluye: "Y es tan común y tan ordinario entre ellos, que ninguno que tenga seso osaría a llamar a otro cornudo por afrentarle; así porque, como dije, no se tiene por afrenta: porque, como entre todos ellos, de cornudo o hijo de cornudo, nemo est qui abscondat (`no hay nadie que se esconda´)".

De los nombres solemnes

Hay nombres que nos inspiran solemnidad y distancia; nombres propios de hombres barbados y no de barbilampiños. De ahí, que al niño, mientras es niño y después por costumbre, le llamen por un diminutivo. Los Teolindo o los Teodoro se que quedan en Teo y los José se convierten en el consabido Pepito o Pepín. Las Librada se reducen al más fino Ada y las Eleonora sufren recortes y subsisten como Leo. En otras ocasiones se lo dulcifican con subtítulos: Don Teolindo el de los bellos modales, don Teodoro vida mía, don José el patriarca, Librada de las mazmorras? En fin, no hay nada que hacer, ya se sabe que los hay que puestos a molestar, lo hacen bien.

Maneras de morirse

Uno puede morirse de distintas maneras, seleccionadas o impuestas. El desiderátum de un borracho podría ser morirse ahogado en una cuba de vino; el de un electricista sería morirse electrocutado; el de un cascarrabias, morirse de un infarto desencadenado por un berrinche; el de un animalista, hacerlo mordido por una víbora; el de un alquimista, intoxicado por una pócima; el del diablo, morirse por quemaduras?

Hay muertes profesionales: la del torero a cargo del toro; la del sanitario por una gripe epidémica; la de un confitero por la salmonela de los huevos pasteleros en malas condiciones; la del escritor por inyección de tinta china; la de un explorador devorado por los caníbales?

Por encima de todo, bromas aparte, a un servidor le gustaría morirse en su cama, dándole la mano a un ser querido, escuchando a un jilguero -en cuyo repertorio dicen no hay cánticos funerales-, con una sonrisa en los labios? y sobre todo en paz con Dios.

Algunas mujeres de antaño

Los ojos se gastan al mirar; si la mirada es intensa, se gastan más. Algunas mujeres de antaño exhibían bellos ojos, porque miraban poco. Era mujeres que vivían al margen de todo y todos, esperando que llegase su hombre, el que le indicase el dedo de su mamá. Por eso le decían bella dama de enseñadores ojos. Lo único que se dignaban mirar era hacia su interior. Y, verdad sea dicha sin ánimo de molestar, su interior era como un piso usado al que ya le habían hecho la mudanza: triste, vacío, desolado, sobado y un tanto sucio. Eran mujeres que no pensaban, que sonreían por gesto y parecían no sentir. Las educaron así; acaso hace tiempo sí lloraron y sintieron, pero les enseñaron a reprimir el llanto y los sentimientos. Sí, así eran ciertas mujeres de antaño, un objeto del hogar poco útil e insulso, que en algunos casos daba entibiado calor a su pareja, consentía y disimulaba. Mientras, pensaba en aquel joven del que sí estuvo enamorada y al que nunca se lo confesó, porque "no era de su clase".

En fin, algunas mujeres de antaño no eran nada, ¡pobrecillas!; menos mal que están en vías de extinción. ¿Y las que quedan?, pues mal terminan.

Sableadores profesionales

En todas las ciudades y villas de España había sableadores profesionales, Ourense era un ejemplo. Su número era limitado y los conocíamos todos. Eran como delincuentes menores, sin otra arma que la vergüenza ajena del sableado. Con cierto respeto, se acercaban, decían conocerte o ser amigos de tus deudos y te pedían un adelanto que te devolverían a corto plazo. En realidad poco o nada te unía a ellos, no tenían nombre ni apellido. Mas te pillaban desprevenido, al modo de atraco menor, y tímidamente le decías aquello de solo llevo encima, me pillas en mal momento?, mientras soltabas unos cuartos. Se despedían con caballerosidad y te daban una fría y untuosa mano. Los dineros nunca más volvías a verlos; al que si volvías a avistar era al sableador, que con presteza cambiaba de acera, con lo que te sentías aliviado.

Hoy ya no hay sableadores, los años han transcurrido, unos estarán contemplando cómo crecen las patatas desde abajo y otros estarán bien acogidos en alguna de las residencias de don Benigno Moure. Lo que sí hay es delincuentes y maleantes sin piedad, que te atracan a lo bestia y te quitan lo que llevas encima, incluso te dejan desgraciado de por vida o, aún más, sin la vida que llevas puesta.

Solo hay un camino

Todos los hombres deberíamos tener metas finales en la vida. Unas son buenas y otras malas. Para los cristianos son Infierno y Cielo. Para unos y otros, el camino es el mismo: la conciencia. Sí, sí, la conciencia.

De esto a lo otro

Sobre el tema Las revoluciones del siglo XX fueron formas extremas del conservadurismo involutivo, escribió Eduardo Escobar de forma magistral. Los revolucionarios y sus espantosas aventuras revolucionarias inician la andadura con la boca llena de la palabra libertad, mas en cuanto triunfan se hacen devotos de las libertades restringidas. Él recurre a dos ejemplos conocidos. El de Fidel Castro, que él mismo sintetizó con "Todo dentro de la revolución, por fuera nada". Y el de Robespierre, defensor de los derechos del pueblo hasta que se hizo con el poder; después acotó la libertad y afirmó que el pueblo solo sería digno de decidir y hablar en el momento en que la élite revolucionaría lo dotara de las cualidades morales necesarias. En fin, una vil trampa para los que estaban esperanzados, y que dio base para el despotismo. Escobar entiende que los únicos revolucionarios modernos fueron los que inventaron y trajeron la luz eléctrica, el tren, al automóvil, las ciudades verticales y el internet? "Esos mismos creadores a los que insultan los envidiosos, los fracasados de la izquierda premoderna".