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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Ancianos y animales (domésticos)

Coincide el abandono de los primeros con la devoción por los segundos

A los ancianos y a las mascotas se les abandonaba hasta no hace mucho en las gasolineras, de acuerdo con una leyenda muy difundida, si bien de escasa verosimilitud. Ahora -y esto sí parece cierto- se aparca a los primeros en los hospitales, según cuenta el administrador de uno de ellos en Canarias, quien añade que esta situación se daría en casi todo el sistema sanitario español. O sin casi.

La existencia de estas peculiares unidades de viejos olvidados, a modo de oficina de objetos perdidos, se debería a que sus familiares no acuden a recogerlos una vez que se les da el alta. Unos alegan falta de metros cuadrados suficientes en la casa; otros, que su trabajo es incompatible con la atención al pariente añoso; y los más, simplemente, no aparecen ni descuelgan el teléfono.

En esto se conoce que no iba descaminado Platón cuando dijo que la enfermedad es una vejez prematura; y la vejez, una enfermedad permanente. Inesperadamente platónicas, algunas familias parecen entender que a un enfermo de vejez no hay por qué darle el alta como pretenden los médicos cuando este se ha curado de la dolencia transitoria que lo llevó al hospital. La ancianidad, ya se sabe, es permanente y tiende a ir a peor.

Coincide este abandono con la devoción por los animales, de cuatro patas, que en las últimas décadas ha convertido a España en un país levemente británico. Tanto es así que en una de cada dos casas españolas hay un perro, un gato o cualquier otro vertebrado de los llamados de compañía. Se conoce que las mascotas ocupan menos espacio en la casa, aunque el coste de su manutención y cuidado no sea exactamente pequeño.

Calculan los industriales del ramo que los españoles dedicarían unos 1.000 millones de euros anuales a sus animales domésticos. La cifra está muy lejos aún de los 8,000 millones que gastan cada año los ingleses en sus chuchos y felinos; pero es suficiente para situar a España en el quinto lugar de Europa dentro de ese capítulo de la economía familiar.

La demanda se ha sofisticado y ya no solo se trata de comida, sino también de productos cosméticos, juguetes, accesorios y hasta ropa para unos animales cada día más humanizados, por fortuna. Lejos quedan los tiempos de la España cereal en la que el maltrato a las demás especies zoológicas llegó a constituir un indeseable hábito.

Lo de los ancianos es también una secuela de la reciente prosperidad del país. Como el resto de Europa y el mundo desarrollado en general, España va deviniendo poco a poco en un gran parque geriátrico poblado por gentes de mucha edad.

Fácil es comprender que, o nos damos prisa en morirnos para hacer hueco -y pocos están por esa labor-, o pronto no habrá sitio en los hospitales para acoger a todos esos mayores a quienes los médicos dan de alta sin el menor éxito.

Puede parecer extraño que el aumento del bienestar incline a una parte de la población a prescindir de la gente canosa para buscar a cambio la compañía de los animales; pero esta es una lógica impepinable que funciona aquí y en Pekín.

Ahora se entiende por qué Quevedo decía que todos queremos llegar a viejos y todos negamos después que hayamos llegado. No vaya a ser que de un día para otro lo aparquen a uno en la oficina de ancianos olvidados de algún hospital.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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