Un año más Madrid acogió Arco, una de las ferias de arte más importantes del panorama internacional. Empezó su andadura en 1982, en el pabellón de la Casa de Campo, de la mano de la galerista Juana Aizpuru. Pronto se transformó en un gran escaparate del arte contemporáneo a escala mundial y, como en todo gran evento, rara es la convocatoria en que no se suscita algún escándalo: los perros disecados sobre arena con sangre y olor fétido, los muñecos de famobil con motor sodomizándose, el cuadro pintado por un niño y colgado por unos periodistas que fue altamente valorado, los montones de escombros y otras muchas manifestaciones más que, de alguna manera, han contribuido a darle, si cabe, una mayor atracción a la feria, pero nada, nada, como lo este año.

Y con Arco llegó el escándalo, con la obra "Presos políticos", de Santiago Sierra, comprada por Tatxo Benet, quien decidió cederla al museo de Lérida para su exhibición en el espacio dejado por las obras sacras devueltas a Aragón. El comprador es un empresario socio de Roures y con él fundador de Mediapro, quien pagó por la obra 96.000 euros, IVA incluido. Parece ser que Tatxo está muy cerca de los anticapitalistas e independentistas catalanes, con lo que se confirma la teoría del desaparecido secretario del Partido Comunista francés de los años setenta, Georges Marchais, quien al ser acusado de ser poseedor de uno de los grandes capitales de Europa decía que para luchar contra el capitalismo había que estar a su altura. Algo así pasó con la imagen de uno de los grandes idealistas luchador contra el capitalismo, el Che Guevara, que iniciando la lucha en Sierra Maestra llegó en su cruzada hasta Bolivia, donde murió sin poder ver cómo se especuló con su imagen, aportando pingües beneficios al capital contra el que luchaba, como si de una estrella de fútbol se tratara. La obra de Santiago Sierra se retiró, acusándola de "apología del terrorismo", pero previamente había sido admitida, lo que luego se consideró, con toda la razón, como un atentado al arte y a la libertad de expresión.

En la calle (los que solamente cuentan para los votos) tienen opiniones de todos los tipos, y una de las que llegaron a mis oídos es que la admisión y posterior retirada ya estaba preparada de antemano, porque ello era el motivo del "escándalo" para una nueva campaña. La verdad es que los "creativos del 'procés' catalán" tienen una gran capacidad de reacción y la bandera de "Arte y Libertad de Expresión" facilita todos los argumentos por ellos alegados. Creo que en el "paquete" podían meter también los "Derechos Humanos". La sociedad se rige por normas, leyes y también por cánones artísticos, pero últimamente cada uno se aplica sus normas, según los intereses; las leyes siempre se ha dicho que se dictan para no cumplirlas (lo estamos viendo constantemente ), y los cánones artísticos que hablaban de cultura, proporciones perfectas y armonía hace tiempo que se han suprimido, con lo cual hoy todo es válido y nada se nos puede oponer en el camino del desmadre infinito. Tenemos tanto derecho a la corrupción como a la sedición, ambas son de condición humana.

El pasado año se celebró el centenario de Duchamp, el artista que se atrevió a buscar el escándalo frente a una sociedad adormecida y lo logró de tal manera que, al igual que en el caso del Che Guevara, la máquina de reconvertir toda provocación hacia el capital convirtió aquel urinario ("La Fuente") de Duchamp en "obra de arte" con millones de urinarios, de alta rentabilidad, colgados de las paredes. Esto no es nada nuevo. En 1961 el artista italiano envasó sus excrementos en unas latas numeradas expuestas por primera vez en la galería Piero Manzoni; se trataba de una burla de este cachondo personaje para criticar el mercado del arte, donde su firma numerada podía convertir la "mierda en oro". Y así fue, pues una de esas latas fue adquirida por la Tate Gallery de Londres en 22.300 libras, y más recientemente un tarro de la misma "cosecha" alcanzó la nada despreciable cifra de 124.000 euros. En el sesenta y siete, cara al "mayo del sesenta y ocho", Benjamin Vautier, popularmente conocido como BEN, artista italiano líder de las revueltas llenó las calles de París con carteles sobre papel de envolver y grafitis con pintadas como "el arte no existe ya", "el arte es la mierda". Pues bien, muchas de estas pancartas ahora cuelgan de las paredes del Beaubourg en París.

Arco, esa gran feria de arte, ha sido un año más plataforma de un escándalo o de una excelente "performance", pero lo que no tiene sentido es hablar de libertad de expresión o de arte, porque al no existir normas todo es válido para la condición humana, que se ve más condicionada por los nombres y las cifras que por sus propios criterios. Lo ha reflejado muy bien Cynthia Freeland en su obra "Pero ¿esto es arte?". Quizás el arte sea la provocación en sí misma. Han saltado por los aires todas las normas menos las macrocifras que se mueven en torno a unos valores ficticios, manejando el capital, frecuentemente desde el anticapitalismo, a través de unas asociaciones o fundaciones con el patrocinio político. La Izquierda Exquisita de Wolfe se une a la Derecha Exquisita y todo ello defendido y coreado por una sociedad mediocre en donde el pequeño Nicolás casi llega a ser el Rasputín del siglo XXI. Ya lo decía nuestro añorado Forges, que ha llegado la hora de hacer autocrítica, de lo contrario acudiremos a la filosofía de Mafalda: ¡Qué paren el mundo, que me bajo!