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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

Un desafío para la izquierda

Cómo convencer al electorado más tradicional

La globalización neoliberal ha colocado a la izquierda frente a su mayor desafío: ¿cuánta diversidad étnica y cultural están preparados para digerir quienes hasta hace poco le habían dado siempre su voto?

Para el exministro alemán de Finanzas y excandidato socialdemócrata a la cancillería federal, Peer Steinbrück, el entusiasmo de algunos por "el cosmopolitismo y la inclusión" no convence a buena parte del electorado de izquierdas más tradicional.

Como a sus correligionarios de otros países, argumenta Steinbrück, a muchos en el SPD parece ocuparles sobre todo últimamente la aplicación de políticas antidiscriminatorias o las relacionadas con el estilo de vida.

Lo cual los lleva a descuidar otros aspectos como la justicia redistributiva o la propia identidad cultural, que en el caso de Alemania muchos ven de pronto amenazada por la llegada de miles de inmigrantes de otras religiones y espacios culturales.

El problema, reconoce Steinbrück, es la aparente falta de correspondencia muchas veces entre los debates que se dan en la dirección del partido y los que se producen diariamente en el seno de la sociedad.

Cada vez más votantes ven a la izquierda ajena a las preocupaciones cotidianas de la mayoría de los ciudadanos como pueden ser el paro o las pensiones públicas.

La competencia por unas prestaciones públicas que no dejan de recortarse, la precariedad laboral, las externalizaciones, los efectos de la robotización sobre el empleo y la creciente desigualdad son fuentes continuas de inseguridad.

Hay en la parte más vulnerable del electorado una sensación de desamparo: consideran muchos ciudadanos que los políticos se olvidan de sus problemas y viven en una especie de burbuja, en un mundo paralelo, sin contacto con su realidad.

Frente a la vieja preocupación de los partidos de izquierda, lo relacionado sobre todo con una más justa distribución de la riqueza, parecen adquirir cada vez mayor protagonismo otras políticas que consideran obedecen a preocupaciones minoritarias.

Hay entre muchos ciudadanos una inquietud creciente por lo que perciben, en muchos casos sin razón, como una pérdida de los valores de la nación, que fueron siempre para ellos un importante punto de referencia.

Una diputada del SPD de origen turco llegó a negar públicamente que existiese algo así como una "cultura alemana", lo que originó un acalorado debate en el país de Goethe y Thomas Mann.

Como provocó también otra fuerte polémica la bienintencionada afirmación de un expresidente del país de que el islam es parte de Alemania, clara referencia a los millones de ciudadanos de origen turco que viven y trabajan en ese país.

En el país central de Europa, el debate en torno a los valores culturales y a la propia identidad nacional alcanza también a Die Linke, el partido situado a la izquierda de la socialdemocracia, cuyos dirigentes aparecen igualmente divididos por los efectos en la colectividad del fenómeno inmigratorio.

Frente a quienes no distinguen entre los refugiados políticos, a los que ampara siempre el derecho de asilo, y los inmigrantes que llamamos "económicos" están los partidarios de controlar y regular estrictamente este último tipo de inmigración.

El problema que tiene la izquierda en su conjunto es cómo convencer a su electorado de que unos y otros, tanto los que huyen de la persecución o de la guerra, y los que tratan de escapar de la miseria, son igualmente víctimas.

La percepción que tienen muchos ciudadanos, y que no dejan de alentar ciertos partidos, por ejemplo el de Marine Le Pen en Francia, es que la inmigración ilegal e incontrolada es una fuente continua de problemas tan solo para quienes ocupan el lugar más bajo de la escala social.

Porque la clase que podríamos llamar "cosmopolita", que educa a sus hijos en las mejores escuelas y universidades y se siente tan en casa en Fráncfort como en Nueva York, Madrid o Londres, no tiene nada que temer.

Y en lugar de denunciar las causas reales de la miseria de tantos países en desarrollo, entre ellas la complicidad con quienes explotan sus recursos, es mucho más fácil, como hace continua y demagógicamente la extrema derecha, culpar a los más débiles y azuzar así a unos pobres, los de dentro, contra los que llegan de fuera.

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