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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Unos pesqueros a vela

El palangrero podría seguir a la deriva a las especies

Un pesquero guardés, el palangrero Balueiro Segundo, con base actual en Perú, será con toda seguridad el primer barco de esas características que despliegue una vela rígida para ahorrar combustible. Una innovación técnica que, de ensayarse con éxito, hará mucho más rentables las campañas de la flota palangrera obligada a hacer grandes desplazamientos para seguir la deriva de las especies a cuya captura se dedica, como el pez espada, el marrajo y la tintorera. Y además de eso lo pone cubierto de los constantes altibajos en el precio del gasoil y reduce notablemente las emisiones de CO2 y otros agentes contaminantes.

La vela, según puedo leer en el periódico que da la noticia, se despliega automáticamente sobre un mástil vertical que va atornillado sobre la cubierta de popa y no obstaculiza para nada las labores de la tripulación. Habrá que ver en la práctica cómo resulta este invento de unos técnicos catalanes pero de momento todo parecen ser ventajas.

La buena nueva le hubiera gustado conocerla (y seguramente comentarla también) a don Álvaro Cunqueiro que allá por 1973 escribió en la revista Destino de Barcelona y en su sección Laberinto and Cía un artículo que llevaba por título Petroleros a vela. Pretendía glosar el genial escritor mindoniense una propuesta de Sir Basil Greenhill, director por entonces del Museo Marítimo Nacional de Inglaterra, a favor de la construcción de nuevos barcos de vela para transporte de viajeros y mercancías. Los nuevos barcos -resumía Cunqueiro- se aprovecharían de los últimos inventos de la técnica para maniobrar, abaratarían notablemente los fletes, y navegarían en excelentes condiciones de eficacia y de silencio sin crear polución.

Además de eso, solamente necesitarían los veleros el doble de tiempo que los cargueros actuales para las mismas travesías.

Pero, fundamentalmente, el artículo es un pretexto para que el autor de las Crónicas del Sochantre haga un ejercicio literario sobre la fascinación suya hacia los barcos a vela, que comenzó durante los veraneos que su familia disfrutaba en la cercana villa marinera de Foz. Desde allí, y subido a las rocas, pudo ver pasar a unas tres millas de la costa un majestuoso velero de tres palos de los que hacían la ruta del trigo desde Australia a Inglaterra y esa potente imagen la conservó al pasar de niño a hombre.

"Los veleros que veíamos pasar casi cotidianos -escribe- eran los de Corme, cargados de madera de puntal para las minas asturianas. Aún hace pocos años he visto alguno de los que costeaban entonces, el San Antonio y Ánimas, que ya cumplía los cien en las aguas de la ría de Noya. Me contaba un amigo asturiano que cuando después de San José veía pasar desde la terraza de su casa en Luarca el primer velero gallego decía lo mismo que los marineros de allí: 'Ya pasan los cormeños', es decir, los veleros del gallego Corme".

El artículo de Cunqueiro emocionó especialmente a mi madre. Ella era de Luarca; mi padre, que acababa de morir, de Corme, y el San Antonio y Ánimas había pertenecido a la casa armadora de mi abuelo paterno como barco de cabotaje. Creo que fue el último velero en permanecer activo en la ruta comercial. Luego, lo compró un naviero mallorquín para dedicarlo a travesías turísticas. Era un dos palos muy marinero.

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