Ser rector de una universidad española es una tarea extremadamente compleja. En primer lugar, porque es una organización muy heterogénea, que integra grupos con objetivos, estrategias y necesidades distintas. En segundo lugar, porque en la universidad abunda más la inteligencia racional que la emocional. Solemos creer que somos los más listos y no nos dejamos gobernar con docilidad. Encajar esa diversidad con ese talento y una capacidad de mando más bien limitada acaba siendo una tarea hercúlea. Y la situación se volvió definitivamente disparatada cuando llegó la Gran recesión, los recortes y la erosión de la autonomía universitaria de la mano de intervenciones más o menos explícitas.

Por todo lo anterior, me siento obligado a agradecer como miembro de la comunidad universitaria el esfuerzo y la paciencia del rector saliente y su equipo en la Universidad de Vigo. Llegó con la crisis y se va cuando por fin empezamos a respirar. Ha sido capaz de continuar con las grandes líneas estratégicas que nos han permitido convertirnos en una universidad buena entre las jóvenes. Los rankings lo atestiguan. Y eso sin incumplir los objetivos presupuestarios e hipotecar financieramente el futuro y siendo capaz de impulsar algunos proyectos innovadores con la complicidad de la Xunta. No sé otros, pero seguro que yo no lo hubiese hecho mejor, ni creo que hubiese soportado la presión.

Dicho lo anterior, en la universidad española y, por inclusión, en la de Vigo tenemos motivos para el descontento y el desánimo. Las carreras de profesores e investigadores se han convertido en auténticos "tour de force"; tenemos un problema de envejecimiento de las plantillas de personal docente e investigador, pero también del de administración y servicios; las trabas y tareas burocráticas crecen sin parar. Cierto que mucho de lo anterior viene marcado por los Ministerios de Educación y Hacienda, pero el objetivo debería ser identificar qué podemos hacer en Galicia y en la Universidad de Vigo para mejorar lo anterior. El momento es propicio por un doble motivo. Primero, porque hay más recursos públicos. Y, segundo, por las nuevas energías que, por definición, atesora un nuevo equipo de gobierno.

Y para ese momento de renovación, algunas ideas. Concretamente, tres. La primera es que el futuro de las universidades gallegas pasa por reforzar nuestro papel de cerebros auxiliares de nuestro entorno. Las empresas, la Xunta de Galicia, los concellos, el Parlamento, sindicatos y organizaciones empresariales, la sociedad civil en general deben encontrar en la universidad respuesta a sus necesidades de conocimiento en un Mundo de complejidad creciente. Debemos ser el primer sitio adónde miren cuando tengan un problema o una necesidad que gravite sobre el conocimiento. Da lo mismo que sea un problema de ingenieros o de lingüistas, de diseñar una política de ejercicio saludable o de enfrentarse al cambio climático. Tenemos que estar y convencer de que somos los mejores socios posibles. De esa manera tendremos todo su apoyo cuando demandemos recursos o sponsors públicos, prácticas en empresas o mecenas. De esa manera dará igual que estemos en la periferia europea o que lleguen los hologramas y la docencia globalizada con los cursos masivos online. Nuestra supervivencia estará garantizada.

Lo anterior pasa por una ventanilla permanentemente abierta con generosidad, por reconocer el esfuerzo de los profesores dispuestos a desarrollar esa labor y por hacer mucho trabajo de red en toda Galicia; especialmente en Santiago de Compostela, porque en la capital se encuentra la sede de buena parte de nuestros socios preferentes. En la Universidad de Vigo existe una enorme cantidad de talento. Pero muchos, fuera del Mundo académico, no lo saben.

Segundo, el personal de administración y servicios (PAS) es absolutamente fundamental. Para hacer lo que hacen, pero para más cosas. En particular, necesitamos descargar a los investigadores y profesores de tareas para las que no están bien dotados, minimizar carga burocrática, buscar soluciones flexibles que posibiliten fórmulas de colaboración sofisticada con los socios apuntados cuando son necesarias, desplegar ese trabajo de interconexión con el Mundo exterior. Seguramente lo anterior requiera fichar nuevos perfiles o reciclar otros. Pero estoy convencido de que invertir inteligentemente en PAS es de lo más rentable que podemos hacer.

Finalmente, debemos dar un impulso a la formación de postgrado, dando más recursos, flexibilizando la gestión e integrando a los socios públicos y privados que apuntaba más arriba. Más recursos para que los coordinadores de los másters puedan hacer mejor su trabajo manteniendo precios públicos bajos. Más flexibilidad para poder competir con escuelas privadas y con universidades de otros países. Y más integración porque para la mayoría de los estudiantes el máster es (o debería ser) la puerta de entrada al mundo laboral. Construir y desarrollar programas con quienes pueden emplearlos es lo lógico.

Contamos con dos excelentes candidatos, preparados y con experiencia. Eso es muy positivo para la Universidad. Un verdadero lujo. Pero como en los octavos de la Champions, solo puede pasar uno. Hay que decantarse. A la luz de lo que se expone en las páginas web de ambas candidaturas, creo que la apuesta fuerte por la interconexión con la Sociedad que defiendo encaja mejor con la de Emilio Fernández.

*Director de GEN (Universidad de Vigo)