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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

Las palabras

A la vista de cómo se van desarrollando las últimas sesiones, y sobre todo ante la expectativa que ofrece la creciente proximidad electoral, se confirma que la impresión inicial de esta legislatura, en el sentido de que se iban a respetar las formas entre sus señorías, era sólo un espejismo. La vuelta a las andadas del insulto y la insinuación probablemente calumniosa hace que en un plazo más bien breve el Parlamento gallego tendrá que equivaler a un reñidero. O algo parecido si sigue creciendo el nivel de acritud dialéctica, cuando no del agravio puro y duro.

(Esto que se dice no es sólo una opinión personal: queda demostrado en el número de llamadas al orden que realiza la Presidencia de la Cámara en los debates y el consiguiente jaleo que provoca en los advertidos. Y también, por supuesto, en el espectáculo lamentable que se ofrece desde el hemiciclo y la imagen de falta de respeto que aportan algunas diputadas/os en el ejercicio de su tarea, defectos auspiciados por la inexplicable inmunidad que les proporciona el cargo a sus señorías, digan lo que digan desde la tribuna, las imputaciones más graves.)

La sesión de control de esta semana, que coincidió con la jornada reivindicativa de las mujeres en general, fue otro ejemplo de que allí las palabras importan más que los hechos y que cuanto más agresivas sean aquellas, menos valor tienen estos por muy demostrativos que resulten de la falsedad de las acusaciones. Hasta el punto que los debates más importantes se convierten en broncas propias de otros escenarios menos nobles. Y así ocurre que los insultos tabernarios de algún portavoz de la oposición hacia el jefe del Ejecutivo provoquen ásperas respuestas del presidente, al que no se le puede exigir que sea el santo Job.

Quizá por eso todos dejaron pasar la ocasión de ofrecerle al país una prueba de que su representación está bien empleada e iniciar la búsqueda -entre todos- de fórmulas para dar satisfacción a los que en la calle defendían una causa justa. Cierto que algunos, los de siempre, intentaron arrimar el ascua a su sardina, pero se les vio tanto el plumero que sólo quedaron retratados en caricatura. Pero hubo algo aún peor: que el plan que presentó el presidente de la Xunta para intentar avanzar en la igualdad real de género -sin duda mejorable con un diálogo serio- se quedó en casi nada.

Se deja dicho que el pleno fue una ocasión perdida porque probablemente a la aguda miopía política que impide a muchos diputados y diputadas ver más allá de sus narices se debe el quedarse entre la hojarasca de la cuestión e ignorar que va mucho más allá de las cuestiones retributiva o la de la protección frente a los malos tratos o las agresiones que culminan en muertes. Que siendo como son muy graves, no superan a otra, la de la crisis demográfica, en la que tanto significa la complicación de facto que la maternidad supone para las aspiraciones y oportunidades laborales y profesionales de las mujeres. Y para resolver eso sobran palabras y gestos: son ya imprescindibles los hechos, y cuanto antes, mejor.

¿No??

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