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José María de Loma.

Melón con jamón

El otro día se celebró en el Circo un combate entre un crítico literario y un crítico gastronómico. Ganó el literario, dado que el gastronómico se presentó ahíto de huevos con trufa y Rioja y casi no podía moverse. El público, en principio, era más proclive a él, al crítico gastronómico, que venía precedido de dos gloriosas victorias en sendos combates. Uno contra un crítico taurino, que no obstante le metió una cornada, y otro contra un crítico teatral, que si bien tenía muchas tablas se trastabilló finalmente y cayó como dopado al suelo. Los periódicos publicaron al día siguiente que su forma física se había resentido por su afición al teatro experimental.

El crítico literario, seamos sinceros, tampoco era nada del otro mundo, pero ya saben ustedes que últimamente el Circo Máximo está fatal, nada más que van alfeñiques que no tienen ni dos tortas. Tanto será la cosa que la semana pasada querían cobrar como si fuera un combate de primera, una pelea entre un crítico de voleibol y otro de kárate. Qué timadores. A ver, oiga, que a mí el kárate no es que me disguste y el voleibol me parece espectáculo bellísimo, pero hombre, si cobran eso, qué van a cobrar cuando, qué sé yo, se enfrenten un crítico de fútbol contra otro de televisión. En fin, el caso es que el crítico literario, ya digo, estaba regular de fondo y de forma (llegó a recomendar un drama de Echegaray y la pitada del público fue brutal) pero ahí va el tío, ganando y ganando combates. Yo lo veo ya en los Juegos Olímpicos de la Crítica, donde parece que la gran sensación van a ser los críticos de moda, que por cierto, no van a tener mi favor mientras continúen erre que erre denostando el cardado, la capa española, los sombreros de ala ancha y la batamanta. Hombre, ya, que una cosa es criticar las tendencias, o alabarlas, y otra muy distinta meterse en tu sala de estar a ver qué te pones. No quiero ni imaginar qué iban a decir si me vieran con mi pijama de leoncitos de franela. El crítico literario podría presentarse al combate camuflado, vestido, como un crítico de moda muy atildado, así, por desconcertar. El que desconcierta primero, desconcierta dos veces.

El de moda podría ser muy dado a pensar que el literario iba a presentarse con desaliño indumentario o vestido como de despistado y maduro profesor de Oxford, y eso que ahora hay críticos literarios que tienen la manía de ir de paisano y no hay maneras de distinguirlos. Hace poco me topé con uno vestido de rockero. Descubrí su verdadero oficio cuando al pedir un café y contestarle el camarero que si se lo ponía con leche se lío a despotricar de la última novela de Muñoz Molina. Ya se pueden imaginar lo que ocurrió. Lo previsible: que el camarero le montó un pollo y le dijo que él solamente leía novelas de Javier Marías. La suerte fue que un parroquiano llevaba la última de Pérez Reverte y le endiñó un librazo en la testa al crítico vestido de rockero, que se fue furibundo amenazando con fundar un suplemento de libros y hundir la carrera del camarero. Voy a echar un ojo a la cartelera, a ver qué combates próximos hay. No me disgustaría ver al gastronómico de nuevo. Es tan provocón que reivindica el melón con jamón.

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