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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

La calidad como recurso

A medida que el deterioro avanza (excepto en el terreno científico) se habla cada vez más de la calidad como aspiración universal. Calidad del aire, calidad del agua, calidad del empleo, calidad del periodismo, calidad de los sistemas políticos y, por si fuera poco, de los controles de calidad en la fabricación industrial, en los cultivos agrícolas y en las explotaciones ganaderas. Pero ¿ha mejorado realmente todo lo que se nos anuncia como revestido de calidad? Y muy importante, ¿son fiables los encargados de controlar la calidad de lo que nos venden?

Si hemos de guiarnos por lo sucedido recientemente con los fabricantes de automóviles, que acabaron reconociendo haber instalado trampas en los motores de los nuevos modelos para pasar los controles de contaminación, pues parece que no. Un negocio, el del engaño a gran escala, del que ya nos había avisado el difunto Eduardo Galeano en su conocido libro Patas arriba. La escuela del mundo al revés.

Resaltaba allí el escritor argentino la paradoja de que el Banco Mundial señalase que la salvación del medio ambiente acabase por ser el negocio más rentable de las empresas que más contribuyen a aniquilarlo. Y citaba al respecto los casos de la General Electric, de la DuPont, y de la Westinghouse. La primera con cuatro de las empresas que más envenenan el aire pero también la mayor fabricante de equipos de control de la contaminación. La segunda, una de las mayores generadoras de residuos peligrosos, desarrolló también métodos lucrativos para incinerarlos o enterrarlos. Y, por último, la tercera, que vende armas nucleares, vende también los equipos necesarios para limpiar la basura radiactiva. "El Diablo paga y Dios perdona", resume Galeano. Y tiene toda la razón. Cuando se habla tanto de calidad hay que sospechar que es una cualidad que no abunda.

Últimamente, se habla mucho de la necesidad de contar en España con un empleo de calidad. Es decir, con un empleo que permita a quien lo desempeña acceder sin agobios a la propiedad, o al alquiler, de una vivienda, al mantenimiento de una familia, y a un margen de cotización suficiente a la Seguridad Social como para tener derecho al fin de la vida laboral a una pensión digna. Tres modestas condiciones que ahora mismo parecen un logro inalcanzable para millones de jóvenes.

La ministra de Trabajo, Fátima Báñez, que es andaluza, le pidió a la Virgen de su devoción la ayuda necesaria para conseguirlo pero el milagro no llega y el empleo que produce el sistema sigue siendo precario y, por así decirlo, de baja calidad.

En cuanto al periodismo de calidad del que se hacen lenguas en algunos foros profesionales pues no sabría decir muy bien en qué consiste. Durante la dictadura, todo era ocultación de la realidad y merengues estilísticos a los que tan aficionados fueron los literatos fascistas. Y con la monarquía parlamentaria (que heredó no pocos defectos y bastantes arribistas de la época anterior) se perdió la oportunidad de dignificar y dar estabilidad a una profesión con unos niveles de paro preocupantes. Al fin y al cabo, periodismo de calidad es respetar la libertad de expresión de quienes lo ejercen y ofrecer información bien contrastada. Una tarea nada fácil, y hasta peligrosa en la medida que incomoda al poder.

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