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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Lamprea a la ferroviaria

En esta parte del mundo, el invierno gastronómico se cuenta por cocidos y lampreas. "Este año voy un poco retrasado -me confiesa un conocido- solo llevo tres cocidos y dos lampreas". Le animo a perseverar. La temporada de cocidos aun se prolonga después de los primeros fríos de la primavera, pero la de las lampreas suele darse por terminada a finales de marzo cuando según el refranero deja de comerla el ama y empieza a hacerlo el criado. En el prólogo del libro "Cocina Gallega", don Álvaro Cunqueiro dice que "la mejor lamprea es la que sube en los días invernales, y que no lleven mucha agua los ríos porque caiga temporal seco, con heladas". Y hay que comerla "antes de que esté 'cucada', es decir, antes de que escuche cantar el cuco en los árboles de las orillas".

Este año hubo el temor de que la extensa sequía que padecimos pudiera haber traído todavía menos caudal de agua de lo necesario y tuviéramos que importar lamprea de Francia al no ser suficiente con la que entra desde el mar en los ríos gallegos y de forma especial la del Miño y la del Ulla, que son las más apreciadas. Afortunadamente, la lluvia y la nieve trajeron el agua necesaria para que los sabrosos ciclóstomos se animaran a remontar el río para cumplir sus ritos de fecundación y fue posible que muchos buenos ejemplares llegaran a la mesa para saciar la gula de los gallegos. Que no es menor ni menos intensa que la de los antiguos romanos, muy aficionados a guisarlos en su sangre con aceite, cebolletas y vino tinto.

La lamprea (que favorece la aparición de la gota, enfermedad que es corriente entre los amigos de la buena vida) es para algunos un pez de aspecto repulsivo, una especie de Drácula de los ríos que vive de parasitar a sus víctimas para chuparles la sangre. Y hay quien, como el escritor gallego Torrente Ballester, todavía acentúa su imagen siniestra atribuyéndole la afición a devorar los cadáveres de los ahogados en los ríos que rodeaban Castroforte de Baralla, la ciudad imaginada en una de sus más famosas novelas.

Sea lo que fuere lo que las alimenta, la lamprea tiene muchos devotos y cuando llega el tiempo de su consumo es habitual ver en los restaurantes de Galicia, sobre todo del sur de la nación, cuadrillas de comensales masculinos que se desplazan hasta donde sea para darle gusto al paladar (la misoginia de esas cofradías de solo varones quede para estudiar en otro momento).

Este año, el que suscribe, con la moderación que le recomienda el médico, también tiene pendiente de cerrar la contabilidad de cocidos y lampreas. La de lampreas registró dos degustaciones, una en Casa Emilio en Catoira y otra en Chef Rivera, en Padrón. Las dos estupendas, cada una en su estilo de intrepretar lo que es un plato a la bordalesa, porque con la misma partitura cada director de orquesta aporta su particular matiz. Esta vez asistimos a las dos citas en tren dada la cercanía entre los restaurantes y las estaciones del ferrocarril. Fue una iniciativa muy interesante porque así los que ejercían de conductor tuvieron libertad para comer y beber sin temor a los controles de Tráfico.

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