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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Más armas en las escuelas

Cada cierto tiempo la opinión pública mundial se horroriza con la noticia de una matanza a tiros en algún lugar de los Estados Unidos. Las más conocidas, Columbine en 1993 con 13 muertos; Virginia Tech en 2007 con 32 muertos; Newton en 2012 con 27 muertos; Las Vegas en 2017 con 58 muertos; y ahora Florida, la más reciente, con 17 muertos. El guion del suceso es siempre muy parecido. Un hombre, normalmente de raza blanca, irrumpe por sorpresa en un local de ocio o en una escuela, desenfunda un arma automática de repetición y comienza a disparar fríamente contra gente indefensa hasta que, a su vez, es detenido o abatido también a tiros por fuerzas de seguridad.

Al indagar sobre los móviles de su actuación (meterse en la cabeza de un asesino es complicado) las autoridades suelen señalar preferentemente a un desequilibrio psíquico no detectado a tiempo, pero evitan, en cambio, resaltar la importancia decisiva de que el perturbado haya podido tener acceso fácil a las armas de fuego. Bien porque las haya adquirido legalmente en el comercio de la esquina bien porque en su propia casa tuvieran él y su familia algunas en depósito para su uso deportivo o de defensa como autoriza la propia Constitución norteamericana.

Y es precisamente sobre la abundancia de armas de fuego en manos de la ciudadanía y sobre la facilidad para comprarlas que se viene centrando la polémica desde hace años. Los partidarios de su limitación argumentan que si las armas no estuviesen al alcance de los perturbados no se hubieran producido tantas muertes inocentes (es imposible desencadenar una matanza solo con un cuchillo de cocina o con un bate de béisbol). Y los partidarios de su uso sin restricciones, entre otros la poderosa Asociación Nacional del Rifle, porque es un derecho constitucional que responde a sentimientos muy profundos y muy arraigados en el estilo de vida norteamericano. Un razonamiento, este último, que desmonta con datos el conocido cineasta Michael Moore en su libro Estúpidos hombres blancos.

"La idea de que contar con un arma es el único modo de asegurarse protección es un mito -dice-, menos de 1 de cada 4 crímenes violentos se cometen cuando la víctima está en casa. Solo el 2% de los disparos que se efectúan durante un robo mientras el propietario del arma está en casa alcanzan al intruso. En el 98% de los casos restantes, los residentes hieren accidentalmente a un familiar o a sí mismos, o bien los ladrones les arrebatan el arma y la dirigen contra ellos. A pesar de todo -concluye- hay unos 350 millones de armas en nuestros hogares". Y aún habrá más si la respuesta gubernamental a la matanza de Florida consiste en armar a los profesores de las escuelas tal y como acaba de proponer el presidente Donald Trump. Por cierto, un presidente que contó durante la última campaña electoral con una generosa ayuda financiera de la Asociación Nacional del Rifle (30 millones de dólares), temerosa de que una victoria de Hillary Clinton permitiese seguir con las medidas restrictivas al uso de armamento que había impulsado Obama. Estados Unidos, con el 5% de la población mundial, tiene el 40% de las armas de uso civil. Eso explica muchas cosas.

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