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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Lo "simbólico" como excusa

Todos creímos que la cosa iba en serio, pero resulta que era teatro

Según se desprende de las declaraciones de los políticos soberanistas catalanes ante el juez instructor del Tribunal Supremo, señor Llarena, la declaración unilateral de independencia del pasado 27 de octubre en el Parlament fue un acto puramente "simbólico", una "manifestación política sin efectos jurídicos". O, dicho en otras palabras, una representación teatral de las aspiraciones de una parte importante de la ciudadanía catalana. Por tanto, no ha lugar a que intervengan, para determinar si hay atisbo de delito en esas conductas, ni el Tribunal Supremo, ni el Tribunal Constitucional, ni el Tribunal Superior de Cataluña, ni un juzgado de primera instancia de Barcelona. Una intervención excesiva e intimidante, como lo fue también, desde esa óptica, la de la Policía Nacional y la Guardia Civil el pasado 1 de octubre con ocasión de un referéndum que para el Gobierno del Estado español fue ilegal, y perfectamente lícito, en cambio, para el entonces Gobierno de la Generalitat.

Así pues, de acuerdo con esa curiosa línea argumental también habría que considerar "simbólicas" y "sin efectos jurídicos" la Ley del Referéndum y la Ley de Transitoriedad que fueron aprobadas previamente los días 6 y 7 de octubre pasado en el mismo Parlamento de Cataluña en medio de un escándalo fenomenal y con el conjunto de la oposición abandonando la cámara en señal de protesta. La primera de aquellas normas daba cobertura a la celebración de un referéndum en el que se proponía la independencia de Cataluña, y la segunda de ellas dejaba sin efecto, y en cómodos plazos, la Constitución Española y el Estatuto de Cataluña. Es decir, las dos normas habilitantes de la existencia de la propia Generalitat y del Parlament. Cualquiera comprende que estar incurso en unas investigaciones judiciales de las que pudieran derivarse responsabilidades penales por delitos, entre otros, tan graves como rebelión y sedición obligan a la cautela de los presuntamente implicados. Los que han acudido a la citación judicial, como el señor Mas, poniendo cara de no haber roto nunca un plato, y los que han eludido la cita ante la eventualidad de acabar entre rejas huyendo a Bélgica y a Suiza en busca de refugio.

Sorprende, no obstante, que políticos profesionales no hayan previsto ni la fortaleza del Estado para responder a sus provocaciones ni sus propias debilidades y ahora fíen la salida del laberinto en que ellos mismos se han metido apelando al carácter puramente "simbólico" de sus actuaciones. Por otra parte, el empleo del término "simbólico" como excusa penal tampoco parece lo más adecuado. El diccionario de la RAE define el "símbolo" como "representación sensorialmente perceptible de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con esta por una convención socialmente aceptada". Es decir que, para que algo pueda ser calificado de "simbólico" tiene que existir una mayoría de la sociedad que lo reconozca como tal. Una cualidad que no se da en el caso del llamado procés catalán.

Todos creímos que la cosa iba en serio, pero resulta que era la representación teatral de "una manifestación política que no produjo efectos jurídicos". Podían habérnoslo dicho al principio y nos hubiéramos evitado muchas preocupaciones y disgustos. Suele hacerse en algunas películas: "Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia", nos avisan.

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