Si Dan Brown vende lo que dicen y lo leen tantos millones como proclaman las listas de éxitos, puede afirmarse que Barcelona está de suerte.

Pese a lo que han hecho los secesionistas por cargarse la prosperidad de la ciudad, sin importarles que se marchen miles de empresas, que perdiesen la Agenda Europea del Medicamento, que no se llenen los hoteles, que en los cruceros se coloquen notas advirtiendo del peligro de terrorismo que existe, Dan Brown lo ha contrarrestado -los nacionalismos lunáticos- con su libro "Origen", en el que describe una Barcelona tan atrayente que resulta irresistible, en especial para gentes cultivadas.

"Origen", al margen de críticas de todo tipo, es un antídoto contra el fanatismo y las mentes obtusas.

Es cierto que Dan Brown es especialista en polémicas desde su primer título "El Código Da Vinci", lo que unido a la inquina que profesan los críticos profesionales a los acaparadores de best sellers forma un magma corrosivo, pero nadie le negará originalidad, ritmo narrativo, acopio de datos, capacidad investigadora y el genio de los grandes novelistas para entretener y atrapar al lector hasta límites inconmensurables.

Por tratarse de un fenómeno de debate, Javier Sierra en su último libro lo plantea en el contexto del taller de lectura, donde los protagonistas de su ficción del Grial debaten sobre sus conocimientos y experiencias. Solo la líder del grupo parece entender y defender a Dan Brown, aunque a los alumnos les parece poco intelectual y pasto de mayorías nada selectivas.

"Origen" es un canto a la razón y la ciencia frente a las viejas creencias y el panteón de divinidades -que se borren las oscuras religiones y resplandezca el brillo de la ciencia-, pero entendido en un sentido amplio. Es decir, es el enfrentamiento de la racionalidad contra lo irreflexivo, el visceralismo, lo telúrico, lo irracional.

La trama que comienza en Bilbao, en el Guggenheim y tiene fases de desarrollo en Madrid, discurre preferentemente en Barcelona, en especial en dos de sus símbolos: la Pedrera y la Sagrada Familia, ambas obras cumbre de Gaudí, un artista al que desmenuza de tal guisa que tendrán ganas de conocerlo hasta los menos amantes del arte. De ahí que "Origen" esté actuando de antídoto contra el nacionalismo excluyente con mayor eficacia que el artículo 155 de la Constitución.

Al margen de las controversias que desata el autor, ojalá Galicia tuviera la suficiente capacidad de atracción para que una de sus futuras novelas discurriera en su territorio. Pero es Cataluña la que ahora acapara el interés de los creadores de ficción, porque tanto los espacios gaudianos de Barcelona, como las iglesias románicas del Pirineo son los escenarios elegidos por Brown y Javier Sierra para las novelas más vendidas del momento.

La única referencia tangencial a Galicia de Brown es un cuadro de Maruja Mallo, la pintora lucense, que veraneaba en Bueu. Amiga de la intelectualidad de la República, ante uno de sus cuadros se desarrolla la escena en la que se conocen Ambra Vidal y el príncipe Julián -un remedo de los reyes Felipe y Letizia-, dos de los principales protagonistas.

Para Barcelona es impagable lo que ha hecho "Origen" por su promoción, y ojalá lo reconocieran los soberanistas, porque sería un signo de conversión a la racionalidad. Aunque parece bastante improbable, porque el corazón siempre hace cosas que la razón no entiende.

Por su modo de comportarse, impermeables al raciocinio, ¿cómo van a admitir la jerarquía taxonómica de los seres vivos -animales, plantas, bacterias...-, y aún más, el séptimo reino, el technium, ante el imperativo de la República catalana?

Por más que pruebe sus teorías Brown, poco tiene que hacer ante la irracionalidad, el descrédito y lo que es peor: los perjuicios que causan a su territorio. Pero lo contrarrestan las ayudas de los que aman Barcelona.

No es la mejor novela de Brown, pero el relato es lo suficientemente sugestivo para enganchar, comunicar aquello que le gusta.

Hay personajes poco creíbles o pintorescos, escenas inverosímiles, pero la introducción de la inteligencia artificial personificada en la figura robótica de Winston es un acierto.

Ojalá Galicia tuviera la capacidad de atraer a Brown y dedicara uno de sus libros, y cuanto más polémico mejor, a elementos creativos de su perfil: la catedral de Compostela, el mundo onírico de Palacios (el Vigo soñado de sus maquetas, el templo de Panxón), los misterios de los pazos, el Camino de Santiago, porque sin duda será la más lograda publicidad. Millones de lectores con capacidad adquisitiva sentirían deseos de conocer esos escenarios. Es lo que ocurre con Barcelona.

No es sorprendente que Brown se haya fijado en nacionalidades históricas que conoce bien porque vivió un tiempo en España. Ahora le falta Galicia más novelizable que aquellas.