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Francisco García.

Lo que hay que oír

Francisco García

Se lo voy a decir a mi papá

La actitud de los jóvenes que en El Angliru demandaron auxilio

Yo lo vi, yo estaba allí, pero no me di cuenta de que aquella mañana asistía a un cambio histórico. Resulta que hasta entonces los jóvenes que vagabundeaban por los pasillos de los institutos entre clase y clase ?en busca de la menor oportunidad para armarla gorda? se acobardaban y menguaban cuando aparecía la figura enhiesta del severo profesor caminando hacia el aula. Incluso, créanme, llegaba a hacerse el silencio. De hecho, yo me había criado como alumno no ya en el terror al docente: crecí como culpable de todo y responsable de todo. Fueron tiempos los de mi infancia del castigo colectivo, del algo habrás hecho, del ya sé que las matas callando, del a mí no me la das, del te vas a enterar, del espeluznante voy a hablar con tus padres. La culpa venía con el pan y el chocolate del bocadillo. Mi generación se hizo adulta siendo culpable y responsable de todo mal: derecho, ninguno. Tonto de mí, no supe ver aquella mañana que la Historia había cambiado sus historias.

Llamémoslo Jesús. Alumno hasta entonces formalito, colaborador, atento, pillo solo cuando tocaba. Aquella mañana ?digo? no me dio los buenos días. Apoyado un pie en la pared, me aguardaba a la puerta del aula. A unos cinco metros de distancia, me espetó: "Yo no hice nada, profe, no me mires así". Le respondí sorprendido: "¿Cómo te miro, Jesús? ¿Qué pasa?". Traía bien estudiada su réplica: "Me intimidas e invades mi espacio con tu contacto visual. La escuela es un espacio de tolerancia. El modelo educativo autoritario que no visibiliza la opresión del alumnado y no pone en valor los derechos de las alumnas y los alumnos trata de perpetuar un sistema obsoleto dictatorial. Los jóvenes somos el nuevo proletariado y la lucha de clases contra vosotros los lacayos del fascismo es una obligación histórica. O sea que ya estás pasando de mí mogollón o te denuncio, tío, que conozco mis derechos, que me los ha dicho el pedagogo social del barrio. Y, además, pienso decir a mis padres que me puteas, oligarca, que eres oligarca". En realidad, pronunció "olicarca", pero entró en clase tras su perorata mientras yo buscaba ansioso en los bolsillos el ansiolítico que siempre conmigo va. Si no había entendido nada de aquella mutación de Jesús, menos entendí al día siguiente lo que sus padres, quitándose la palabra (o sea, palabra sobre palabra), me solmenaron: "A ver, tú, que a mi hijo ni lo nombres ¿vale? Que sus tengo dicho que estáis muy crecíos los profes, que él estudia los deberes, que lo he sentío yo tola semana dale que te pego al tema. Asín que cuidadín, tronco. Que llamo al ispetor y te se cae el pelo de esa calva que gastas, payaso. Que conozco mis derechos, que me ha dicho el psicólogo del bloque que la enseñanza es interaztiva y tú de interaztivo no tienes una mierda. Y ojo al mono, que es de goma", concluyó uno de los dos.

El cambio se produjo cuando se pasó del "se lo voy a decir a tus padres" con que amenazaban los profesores al "se lo voy a decir a mis padres" con que se engallan los alumnos. Helo aquí: el sistema es un asco, pero que me proteja el sistema cuando yo lo precise. No a los agentes de la autoridad, pero que acudan corriendo si los preciso. No contribuyo en nada al grupo, pero que el grupo llene mi andorga. Conozco mis derechos, yo, mí, me, soy auténtico, tolérese mi intolerancia, deberes conmigo: no para mí, a la sociedad ni agua: a mí todo el compango. Y ya, ahora mismo, que alguien me ayude, como un niñito de teta, que crecer es reaccionario, que me lo dijo el sociólogo del polígono. Como ustedes habrán adivinado, este artículo trata sobre la actitud de los jóvenes que en El Angliru demandaron auxilio. Conocían sus derechos.

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