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La Escuela de Artes y Oficios Levantada a finales del siglo XIX, nunca acogió las enseñanzas previstas porque el nuevo Instituto se cruzó en su camino

Las escuelas de artes y oficios arraigaron en las ciudades más importantes de Galicia durante el último tercio del siglo XIX, principalmente en Santiago y Vigo, donde el gran mecenas José García Barbón cedió para sus actividades un magnífico edificio.

La primera Escuela de Artes y Oficios de Pontevedra se puso en marcha durante la Restauración, bajo el patrocinio de la Diputación Provincial. La propuesta formulada en 1880 por el gobernador civil, Víctor Novoa Limeses, tuvo una buena acogida entre la corporación presidida por el conservador Evaristo Pérez de Castro, que puso manos a la obra.

Su ubicación provisional fue el antiguo convento-colegio de los Jesuitas, donde ya funcionaba el Instituto Provincial, de cuyo profesorado se nutrió para sus enseñanzas básicas de aritmética, geometría y dibujo. Para el inicio de su actividad, la Diputación estableció una partida nada despreciable de 5.000 pesetas.

Escasamente seis años después otra corporación encabezada por el liberal Eduardo Matos acordó su supresión por razones presupuestarias. La medida no gustó nada a la primera autoridad provincial, que suspendió dicho acuerdo en aplicación de sus atribuciones legales. Contra viento y marea, la Diputación no dio un paso atrás y emprendió un inusual pleito contra el Gobierno Civil que finalmente se falló a su favor y se salió con la suya.

La Sociedad Económica de Amigos del País de Pontevedra creó en 1889 otra Escuela de Artes, Oficios, Música, Canto y Declamación, que logró el apoyo económico de la propia Diputación y prestó un gran servicio.

El diputado Eduardo Vincenti Reguera, paladín de la instrucción pública y defensor a ultranza de mil causas pontevedresas, también se convirtió en el gran impulsor de la definitiva Escuela de Artes y Oficios en 1895.

Su eficaz gestión ante el Ministerio de Fomento propició el encargo del proyecto al arquitecto compostelano Arturo Calvo Tomelén por medio de la Dirección General de Instrucción Pública. El arquitecto ministerial ya estaba al frente de las obras del edificio principal de la Universidad de Santiago y más tarde trabajó igualmente en la restauración del convento de San Francisco.

A finales de aquel año, el propio Calvo Tomelén informó por carta a Vincenti que el proyecto estaba listo para la subasta de la obra. Esa misma información transmitió desde Madrid el gobernador civil, Augusto González Besada, al alcalde pontevedrés José López Pérez, con la finalidad de agilizar la cesión del solar por cuenta del Ayuntamiento. De aquella visita a la Corte para apoyar el proyecto de la Escuela de Artes y Oficios, también sacó en limpio Besada el compromiso de subasta del tablero metálico del puente de A Barca.

El ministro de Fomento, Aureliano Linares Rivas, compostelano de pro, aprobó una partida de 240.000 pesetas para la construcción del edificio y la Gaceta de Madrid anunció el concurso público en 1896. Vincenti recibió con alborozo aquella buena nueva que culminó su acertada intermediación.

En pleno desarrollo urbanístico de la planificación diseñada por el director facultativo de obras municipales, Alejandro Rodríguez Sesmero, para la antigua finca del convento de Santo Domingo y el ensanche del Campo de la Feria de san José, el Ayuntamiento fijó el emplazamiento del nuevo edificio escolar en la Plaza de Vincenti. No obstante, antes de iniciarse la obra cambió el lugar y cedió el solar definitivo junto al Palacio Provincial en su lado sur.

Arturo Calvo diseñó un edificio ecléctico, al gusto de la época, de forma cuadrada con dos plantas levantadas sobre un semisótano, y un tercer piso solo desde la mitad de la construcción hacia su parte trasera. Una modificación posterior completó el tercer piso en su totalidad.

Un zócalo de granito alrededor de todo el edificio, el ladrillo rojizo como elemento constructivo principal y unas columnas en bronce unidas con gruesas cadenas cerrando un pequeño ajardinamiento, tanto en su parte delantera como en la zona trasera, constituyeron sus señas de identidad más visibles.

La fábrica de La Caeyra del marqués de Riestra, a orillas del Lérez, primera de Galicia en su género de productos cerámicos y especialista en ladrillos de todas clases, suministró un material de excelente calidad, tal y como demostró su buena cara a lo largo del tiempo.

José García Díaz resultó adjudicatario de la obra y cumplió bien su cometido, sobre todo en cuanto al tiempo estipulado. El edificio no sufrió ningún retraso importante, como luego ocurrió, por ejemplo, con el Instituto Provincial. Tampoco experimentó una desviación considerable entre el presupuesto inicial de 234.419 pesetas y su coste final de 264.828 pesetas.

La piedra empleada en su construcción se extrajo de una cantera junto a la carretera de Vigo, en la parroquia de Salcedo. Allí ocurrieron durante 1897 dos explosiones incontroladas que registraron un balance trágico: en septiembre, un obrero resultó muerto y otro herido grave; y en diciembre, un operario sufrió heridas graves y leves el otro, cuando preparaban una barrena.

Al año siguiente, Rafael Cobas, vecino de Lérez, también sufrió heridas graves cuando trabajaba en la construcción del propio edificio. De modo que no puede afirmarse que costó sudor y lágrimas, pero si puede decirse que la obra costó alguna sangre inocente.

Finalmente la edificación estuvo acabada en 1901 y el constructor publicó un anuncio ofreciendo la venta del andamiaje en madera de eucalipto. Aquel mismo año se produjo su recepción oficial.

Una de las primeras actividades que acogió la Escuela Normal de Maestros y Escuela de Artes y Oficios fueron unas oposiciones de maestros. Luego enseguida se cruzó en su camino un interesante trueque entre el Ayuntamiento y el Estado: el primero cedió al segundo el solar ocupado por el Hospicio y la Inclusa para levantar allí el nuevo Instituto, mientras que el segundo transfirió al primero el local que ocupaba el Instituto en el antiguo convento-colegio de los jesuitas para instalar el Hospicio y la Inclusa.

Mientras se construía el edificio para el Instituto, el ministro del ramo, Gabino Bugallal, autorizó la instalación temporal hasta su terminación en la nueva Escuela de Artes y Oficios. Nadie pensó entonces que aquella obra iba a prolongarse durante los veinticinco años siguientes.

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