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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

Nacionalismo multinacional a la gallega

A diferencia de otros pueblos con pedigrí, los gallegos practican un nacionalismo a la inversa, centrífugo, populosamente volcado hacia el exterior. Son una especie de comunidad multinacional y políticamente promiscua, por así decirlo.

Nada de enclaustrarse en unas fronteras de suyo limitadas. La tendencia apunta más bien a que los vecinos de este país se expandan por el mundo, llenándolo de centros gallegos que son como embajadas del pulpo y la nostalgia desde Sídney a la Patagonia.

Objetarán los más quisquillosos que el gallego emigra forzado por la falta de oportunidades en su tierra; pero eso no basta para explicar la desmesurada presencia de naturales de este reino en cualquier lugar del planeta (e incluso en la Luna, según ciertos rumores todavía no confirmados). Y tampoco el hecho de que, teniendo uno de los tramos de costa más dilatados de la Península, los marineros gallegos se hayan dispersado por los siete mares desde los lejanos tiempos de Pedro Sarmiento de Gamboa, Joao da Nova o la almirante de Pontevedra Isabel Barreto hasta hoy mismo.

Otros prefieren encerrarse en su cercado o, a lo sumo, anexionarse los territorios vecinos; pero eso está ya muy visto, hombre. Ciertamente, tales usos se practicaban en la antigua Galicia rural, donde era costumbre mover con nocturnidad y disimulo los marcos de la finca del vecino para ensanchar la propia. Ahora bien, se trata -o trataba- de una costumbre estrictamente doméstica sin contenido político alguno.

Lo original es trascender las barreras de la tierra y hasta de la mar para llenar el mundo de gallegos. Si Europa termina -o terminaba- en los Pirineos, no resulta menos verdad que Galicia dilata sus fronteras más arriba de esos montes y al otro lado del Atlántico

Así se entiende que los candidatos a presidir Galicia en unas modestas elecciones autonómicas suelan hacer campaña a caballo de dos continentes. Cuando llega el momento, los mítines se celebran indistintamente en la capital gallega y en la de Argentina; en Vigo o en Montevideo. Y ni siquiera era infrecuente hasta hace poco que los muertos del censo de la Galicia exterior se levantasen de sus tumbas para votar, poseídos de un admirable espíritu cívico.

Quiere esto decir que la vieja tribu de Breogán carece de límites definidos. Más que un territorio concreto, es un reino de la niebla que abarca el mundo sin más obstáculos que los propios del transporte. Un dominio etéreo y vagamente espiritista, como conviene al país que inventó la Santa Compaña.

Prueba de ello es que todos los españoles pasan a ser "gallegos" al otro lado de la mar océana, por más que el acento de algunos de ellos delate su procedencia andaluza o catalana. Al menos en las antiguas colonias de Ultramar, bien puede afirmarse que todo el mundo es gallego, aunque no todos los afectados caigan en que lo son.

Con esto del plurinacionalismo nos pasa como a los de Bilbao, que nacen donde les da la gana. Hay gallegos de Londres, de La Habana, de Zúrich, de Caracas y de casi cualquier lugar de ese ancho mundo por el que se ha esparcido Galicia. Este módico cronista ha conocido incluso a uno que nació en Oxford, sin dejar de pertenecer a una comarca tan enxebre como la de Rodeiro.

Son solo algunos de los asombros que proporciona el peculiar multinacionalismo de este reino. El mismo que inventó la ONG Aduaneiros sen Fronteiras.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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