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Ceferino de Blas.

Protohistoria de Zona Franca

La protohistoria de la Zona Franca arranca en 1884, cuando Vigo se plantea seriamente ser una ciudad industrial. La creación de empresas es la solución al estancamiento de una economía agrícola, que no se desarrolla por su excesiva atomización.

Está próximo el logro de dos objetivos muy ansiados: la apertura del tramo Ourense-Monforte que enlaza Vigo con la meseta, y el remate de las obras del puente internacional sobre el Miño, por el que cruzará la línea férrea con Portugal.

También es el momento de aprovechar la inagotable capacidad del puerto, que ya cuenta con una línea regular a las Antillas, y debe abrirse a nuevos destinos en Europa y Sudamérica.

Estas expectativas crean un ambiente favorable para convertir a Vigo en "el emporio comercial del Noroeste".

De ahí que las mentes pensantes de la ciudad cavilen sobre las posibilidades industriales del entorno.

La primera que se plantean es la fabricación de harina, que se exportaba por el puerto de Santander, surtido desde Castilla. Vigo podía sustituirlo por las ventajas que ofrece su ubicación, al hacer el transporte a América en tres días menos.

Para ejecutar el plan debía conseguirse la liberalización de aranceles de los cereales, y construir fábricas de harina que abaratarían los precios, al evitar la dependencia de Castilla, "donde fijan los que se les antoja".

El proyecto se demora décadas, ya que no se concretó hasta la construcción y explotación de lo que hoy es la reliquia que se conoce como "la panificadora" de la calle Falperra.

Un segundo segmento industrial, también relacionado con la alimentación, consistía en la liberación de la importación directa del arroz en bruto desde la India. La construcción de una fábrica permitiría descascarillarlo y tratarlo para su comercialización y exportación.

Con la salazón, la pesca y la ganadería, que eran las principales actividades económicas del entorno, las de nueva creación aportaban un gran empuje a la industrialización de Vigo.

El puerto, todavía poco explotado, era el elemento fundamental para la expedición de los tráficos, al que se sumarían las nuevas líneas de ferrocarril.

Como requisito previo debía llevarse la vía férrea al lado del mar. También se postulaba la creación de un centro mercantil, pero, sobre todo, se perseguía la rebaja de los derechos arancelarios.

La Zona Franca, tal como existe, es la consecuencia de la voluntad de progreso de Vigo, que persiguió con tenacidad durante muchas décadas. Nada tiene que ver el tipo de empresas que acoge actualmente, y de los parques industriales que se han construido, con las industrias que se planeaban hace siglo y medio.

Pero el espíritu que animó su creación no difiere mucho. Pasado y presente convergen en el concepto de desarrollo y en la imprescindible liberalización para optimizar los efectos. Hay una similitud en la esencia del "puerto franco".

En diversas etapas el proyecto tuvo carácter defensivo. Vigo protestó y reclamó igualdad de trato frente a otras ciudades portuarias como Bilbao, Santander o Lisboa, cuando intentaron implantar zonas francas, libres de aranceles, para aprovecharse de esas condiciones en sus tráficos.

Finalmente, en los años cincuenta, una época floreciente de la ciudad -no siempre bien interpretada-, coincidieron circunstancias favorables, y llegó el milagro de la Zona Franca, la tercera de España tras las de Barcelona y Cádiz. En 1947, hace ahora setenta años, apareció en el BOE el decreto de creación.

Pero no cabe la menor duda de que la voluntad de industrialización, de aprovechar el puerto y el ferrocarril, de operar en las condiciones más favorables en materia de aranceles, arranca de 1884. La de Zona Franca. Cuando Vigo asume el carácter de ciudad industrial.

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