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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

De la cárcel al coche oficial

Las puertas de las cárceles españolas se han convertido, en estos últimos años, en lugar habitual de paso de importantes personajes de la vida social y política de la nación. Y, por tanto, en un escenario buscado por fotógrafos y cámaras de televisión para captar imágenes de las entradas y salidas de famosos. Normalmente, a la entrada no se puede ver otra cosa que el furgón de la Guardia Civil, o de la Policía, donde viaja el presunto delincuente camino de la celda después de que un juez haya dictado prisión provisional o definitiva. A la salida, en cambio, se puede observar el breve paseo del reo liberado desde la última barrera carcelaria hasta el automóvil que lo aguarda rodeado de algunos parientes y de sus abogados. Son escenas que, a fuer de repetidas, ya se nos han hecho familiares y a casi nadie conmueven fuera de la momentánea excitación que provoca constatar que a los privilegiados del poder y del dinero también les alcanza (no siempre claro) la espada de la Justicia.

En ese sentido, creímos haberlo visto todo (incluido el homenaje político que a su entrada en prisión recibieron de sus conmilitones un exministro socialista de Interior y un secretario de Estado del mismo departamento) porque la lista de notabilidades políticas, financieras, empresariales, o simplemente de la canción española que vistieron el traje a rayas en estos últimos años es abrumadora. Pero nos faltaba por ver lo más sensacional. Una presidenta de un Parlamento regional acusada de graves delitos, entre ellos nada menos que el de rebelión contra el Estado, que fuese recogida a la salida de prisión por su coche oficial. Me refiero, ya lo habrán adivinado, a doña Carme Forcadell, presidenta del Parlamento catalán donde se proclamó hace pocos días la ilegal República catalana. Contra la señora Forcadell, el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena dictó auto de prisión provisional eludible con una fianza de 150.000 euros y apenas estuvo doce horas en la cárcel de Alcalá Meco porque la Asamblea Nacional de Cataluña, entidad civil independentista de la que había sido presidenta, depositó la cantidad requerida con un cheque de la Caixa d'Enginyers. Cumplido el trámite, la señora Forcadell fue puesta en libertad si bien con la obligación añadida de entregar su pasaporte, comparecer semanalmente en un juzgado y abstenerse de actividades contrarias a la Constitución.

A muchos habrá sorprendido el uso del coche oficial para salir de la cárcel hacia su domicilio, cuando lo esperable sería que lo hiciera en otro automóvil más discreto y con cargo a presupuestos que no correspondan a financiación pública. Pero tiene perfecto derecho a ello, ya que el artículo 155 que utilizó el Gobierno para cortar en seco el proyecto secesionista no incluía el cese de la presidenta del Parlamento catalán, si bien dejaba muy limitadas sus funciones.

Ignoramos si una vez conseguida la foto de la simbólica restitución de la dignidad protocolaria a la salida de la cárcel, el automóvil oficial llevó a la señora Forcadell a la estación del AVE o al puente aéreo para viajar a Cataluña, o por el contrario hicieron juntos el regreso por carretera desde Madrid, que ya es una tirada. Todo lo que rodea este asunto tiene marchamo de simbólico. Empezando por la declaración de independencia

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