A finales de los años setenta, la cadena C-SPAN comenzó a emitir las sesiones del Congreso a través de un sistema de cámaras fijas que apuntaban exclusivamente a la tribuna de oradores. Como consecuencia de aquella decisión técnica, tomada paradójicamente para evitar la explotación política de las imágenes, los espectadores solo podían ver a las personas que hablaban, no a las personas que (supuestamente) escuchaban. El congresista republicano Newt Gingrich se dio cuenta de que la televisión solo mostraba a los ciudadanos estadounidenses una parte de la escena parlamentaria; él y sus aliados se aprovecharon de aquel oportuno desconocimiento unos años después, en 1984, cuando decidieron reservar un espacio (las sesiones nocturnas de special orders) para atacar reiteradamente a los demócratas -acusándoles de corrupción y de complicidad con el comunismo, entre otras cosas- pronunciando extensos discursos ante unos escaños vacíos. Los legisladores hacían como si se estuvieran dirigiendo directamente hacia unos miembros del partido rival, a quienes los televidentes imaginaban allí presentes, mientras estos permanecían en sospechoso silencio. Como afirman los politólogos Thomas E. Mann y Norman J. Ornstein en su libro It's Even Worse Than It Looks: How the American Constitutional System Collided with the New Politics of Extremism: "Daba la impresión de que los demócratas aceptaban las acusaciones o que no estaban dispuestos a enfrentarse a ellas".

Estos procedimientos continuaron a lo largo de varios meses hasta que, en mayo de 1984, un hastiado Tip O'Neill, en aquella época presidente de la Cámara de Representantes, ordenó que C-SPAN mostrara la ausencia de los demócratas en la sala y le reprochó a Gingrich que utilizara una táctica tan mezquina. "Es antiamericano. Lo peor que he visto aquí en treinta y dos años", dijo O'Neill. Gingrich, por su parte, acusó a O'Neill de violar las leyes de la cámara (por utilizar un lenguaje despectivo) e incluso llegó a comentar que las palabras del speaker evocaban "un macartismo de izquierdas". Tras la protesta formal de otro republicano, Trent Lott, de Misisipi, O'Neill acabó siendo reprobado en el Congreso por incumplir las reglas y Gingrich recibió una ovación de sus compañeros. El enfrentamiento entre ambos políticos hizo que Gingrich se hiciera famoso (la disputa salió en la portada del "Washington Post" del día siguiente). Algo que -tal y como refleja la crónica de Peter Osterland en "Los Angeles Times"- el entonces desconocido representante por Georgia reconoció y celebró. En el perfil de David Osborne publicado ese mismo año en "Mother Jones", Gingrich explicó el objetivo de aquella artimaña: "Ellos [los medios de comunicación] adoran las peleas. Durante meses estuve dando conferencias sistemáticas, organizadas y documentadas de una hora. ¿Acaso la CBS grabó alguna de ellas? No. Pero en el minuto en que O'Neill me atacó, tanto él como yo conseguimos aparecer 90 segundos en los tres programas de noticias de los tres grandes networks. Tienes que darles confrontaciones. Cuando les das confrontaciones, tienes su atención; cuando tienes su atención, ya puedes educar".

La aplaudida ocurrencia de Newt Gingrich, quien luego sería también presidente de la Cámara de Representantes durante la era Clinton, se podría ubicar en los orígenes de lo que hoy en día llamamos la construcción mediática del "relato". Los demócratas llevaban más de tres décadas disfrutando de una holgada mayoría en el Congreso. (La perderían en 1994, cuando Gingrich puso en marcha, junto con otros republicanos, el "Contrato con América", su "revolucionario" programa electoral que convirtió al congresista en uno de los héroes del conservadurismo contemporáneo). Pero aquel día fueron vencidos y humillados por un hombre que entendía mejor que nadie no solo la relevancia de los medios sino también cómo los medios entendían la relevancia. Desde entonces han ocurrido muchas cosas. El éxito de Fox News, la aparición de las redes sociales y su progresiva politización, "hechos alternativos", proliferación de escándalos, Donald Trump, crisis del periodismo. Convendría no olvidar, sin embargo, estos antiguos episodios. De ellos surgieron algunas costumbres de nuestro tiempo.