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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El Far West de Puigdemont

Ácrata sin saberlo, el presidente de la Generalitat ha derogado la antigua legislación española, la ha sustituido por otra catalana y, finalmente, ha procedido a suspender la aplicación de esta última. De lo que parece deducirse que ahora mismo no hay ley en Cataluña.

Entre las leyes abolidas en septiembre y las aprobadas -pero aún no vigentes- en estos primeros días de octubre, el país del seny se ha convertido en un remedo legislativo del Far West, por más que su territorio no esté situado al Oeste sino al Este de la Península. Ni siquiera la geografía se resiste a las ansias de cambio del proceso secesionista.

La primera consecuencia de este embrollo marxista -sección Groucho- es que las empresas han empezado a cambiar en masa su sede social y hasta la fiscal al resto de España, quizá temerosas de que les cobren los impuestos por duplicado. O de tener que elegir entre las viejas leyes ya abolidas por el Parlamento catalán y las nuevas que el Gobierno del confuso Carles Puigdemont proclama, pero no pone en práctica.

En la duda, los empresarios, con la gran banca a la cabeza, han preferido poner una prudente distancia de un territorio aparentemente gobernado por políticos que emulan a los pioneros de la conquista del Oeste.

Seguramente sin pretenderlo, el líder de un partido burgués de Liceo y Palau de la Música ha hecho realidad el sueño de cualquier anarquista: un país sin leyes (en vigor) y sin bancos que le chupen la sangre al pueblo.

El llamado "proceso", que evocaba cierta novela de Kafka, ha derrapado finalmente hacia los dominios de Cantinflas y de los Hermanos Marx. Solo así se entiende que Puigdemont asuma la independencia, pero no la declare explícitamente; y a continuación deje en suspenso lo que no ha proclamado. Si aquí no entendemos nada, es fácil de imaginar el desconcierto que a estas alturas debe embargar a los cientos de periodistas extranjeros que han de explicar la película a sus lectores y televidentes.

Más sensatos que sus gobernantes, los ciudadanos atrapados en el lío renunciarán sin duda a las ventajas que ofrece un territorio sin ley. No es probable que comiencen a saltarse los semáforos en rojo -como ha hecho Puigdemont, a gran escala- ni a pasarse por el arco de triunfo sus obligaciones tributarias o de cualquier otro tipo.

Tampoco van a incurrir en desobediencia generalizada al código de la circulación, siguiendo el ejemplo de sus mandamases. Quizá no vean la utilidad de renunciar a sus estándares europeos de vida por una cuestión puramente sentimental de banderas e himnos que recuerda más de lo conveniente a un partido de fútbol.

La diferencia entre el mítico Oeste americano y la actual Cataluña es que allí acudían las compañías ferroviarias y los emprendedores, mientras aquí sucede más bien lo contrario. Huyen las empresas, los ahorradores temen -con razón o sin ella- por sus depósitos bancarios y, en general, reina un clima de incertidumbre poco apropiado para el buen orden de las finanzas. Puede que lo de Puigdemont y sus seguidores sea una quimera, pero no exactamente la quimera del oro.

Como quiera que sea, el limbo que la Iglesia suprimió en su día lo ha recuperado ahora un modesto gobierno autonómico sin más que abolir las antiguas leyes y dejar en suspenso las nuevas. Nada de particular en gente que hace ya tiempo vive en el limbo.

stylename="070_TXT_inf_01"> anxelvence@gmail.com

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