Los experimentos de Mendel son bien conocidos. Usó los guisantes para describir la herencia de los caracteres cualitativos, el liso y el rugoso. Lo que no es muy conocido es que Galton estaba investigando también con guisantes la herencia de caracteres cuantitativos: cómo el tamaño del padre influye sobre los hijos. Fue una casualidad, porque ninguna propiedad especial tiene el guisante. Sin embargo, no es por azar o capricho que se haya elegido la "Drosophila" para investigaciones genéticas.

Ya son cinco los premios Nobel que se los deben a la mosca de la fruta. Su ciclo de vida es corto, produce muchas crías y, a pesar de su simplicidad, genéticamente se parece a nosotros: "¿No soy yo una mosca como tú? / o ¿ no eres tú / un hombre como yo?", decía William Blake desde esa visión del mundo en el que todos somos uno? y los otros. Morgan recibió el Nobel por haber descubierto que los genes se encuentran en los cromosomas. Fue famosa su habitación de moscas de la fruta.

Era 1933. El título de la conferencia que pronunció Muller en 1946 al recibir el premio Nobel es "La producción de mutaciones". Usó las moscas y las radiaciones para investigarlo. El mismo insecto que Nüslein-Volhard y Wiechaus eligieron para describir cómo el huevo fertilizado se desarrolla en un embrión segmentado antes de ser una larva y por fin una mosca. Indujeron mutaciones masivas y miraron en el microscopio lo que ocurría. Así identificaron quince genes involucrados en la formación del embrión. Junto con Lewis, recibieron el premio Nobel en 1995. En 2011 el premio reconoció los trabajos realizados para descubrir cómo se activa el sistema inmunitario.

"Beuler y Hoffman descubrieron las proteínas receptoras que pueden reconocer (los microorganismos que nos atacan) y activar el sistema inmunológico?", dice la nota de prensa de la Academia. Hoffman había infectado moscas con ciertas mutaciones y vio que no podían montar la inmunidad. Beuler investigó en ratones ese mismo gen, denominado "Toll", y descubrió que cuando muta se une a un producto de las bacterias, liposacárido, lo que produce la inflamación y el shock séptico. Moscas y ratones usan las mismas moléculas para activar la inmunidad innata.

Quizá Ronald Konopka hubiera compartido el Nobel de 2017, pero murió hace dos años. Parece increíble que en 1968 hubiera publicado su tesis, bajo la dirección de Benzer, quizá el estudio más influyente en ritmos circadianos, a sus 21 años. Su mentor investigaba, naturalmente en la "Drosophila", la relación entre mutaciones singulares y comportamiento: genotipo y fenotipo. Konopka se había dado cuenta de que la mosca de la fruta eclosionaba al amanecer. Buscó moscas mutantes que no lo hicieran: descubrió unas de corto periodo, 20 horas, y otras de largo, 30 horas.

Lo siguiente fue ver que esas mutaciones eran alelos de un solo gen. Cada gen puede tener varios alelos, por ejemplo, el gen del color del guisante tiene al menos dos alelos, el verde y el amarillo. Y la proteína que produce ese gen la denominó periodo. Pero su carrera se frustró por razones burocráticas y académicas. Los últimos 25 años se dedicó a dar clases particulares. A su muerte, Rosbash, uno de los receptores del Nobel junto con Hall y Young, escribió una bella necrológica en la importante revista "Cell". En el último párrafo dice: Sidney Brenner (la persona que más estudió el gusano "Elegans") comparó la ciencia con el ajedrez. Los movimientos que más vale la pena jugar son la apertura y el final. Konopka y Benzer jugaron la definitiva apertura (en el estudio del ritmo circadiano).

Me puso en contacto con la cronobiología mi amigo el doctor Fueyo. Antes había observado con incredulidad el tratamiento con quimioterapia contra el cáncer que seguía un querido amigo en París que se basaba en ciertos biorritmos. Ahora entiendo un poco mejor ese reloj interno que tienen todas las células y que se basa en el mismo mecanismo, simple como casi todo en biología. Los genes no están siempre activos. Eso lo describieron maravillosamente Jacob y Monod. Es una cuestión de economía: solo se activan cuando se necesita la proteína que producen. Pues la proteína periodo se acumula durante la noche y se degrada durante el día. "Con exquisita precisión nuestro reloj interno adapta nuestra fisiología a las muy diferentes fases del día. Regula funciones críticas como el comportamiento, niveles de hormonas, sueño, temperatura corporal y metabolismo". Son las palabras de la Academia.

La aportación de los galardonados fue describir el mecanismo íntimo. La proteína periodo o PER bloquea el gen, por tanto su producción. Como se degrada durante el día, al final, en la noche se activa de nuevo. Hay otra proteína que se une a la PER y la ayuda en el bloqueo, una tercera que enlentece su producción y aún otras que reaccionan a la luz. Aunque haya un ritmo interno, la luz puede sincronizarlo.

Blake cantaba esa vida donde los seres humanos seríamos parte integral del ritmo de la naturaleza. Está en cada una de nuestras células.

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