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De nuevo octubre

Como ya señalaba Maquiavelo, siguiendo a Polibio, la historia es cíclica y el ser humano tiende invariablemente a repetir errores pasados. Una vez más el fantasma de la demagogia y el populismo campea a sus anchas por Occidente. Lo que estos días está ocurriendo en Cataluña hay que enmarcarlo en una crisis global, en donde una parte de la ciudadanía del planeta ha comprado, sin importarle las consecuencias, discursos extremos, simplistas, demagógicos, a veces incluso directamente racistas, xenófobos e intolerantes. Los partidos de ultraderecha y ultraizquierda han obtenido en los países de la UE porcentajes de voto impensables hace no tantos años.

Los brexiters británicos basaron su campaña en datos falsos aun a sabiendas (por cierto que el UKIP, el partido de extrema derecha que más colaboró en ese engaño masivo, apoya ahora sin ambages a los independentistas catalanes, liderados paradójicamente por partidos de extrema izquierda). En el mágico mundo del populismo estos maridajes son moneda corriente, porque el populismo es igualmente tramposo en Reino Unido y en España. Aquí venden que una Cataluña independiente se quedaría en la UE, aunque la Comisión lo ha desmentido hasta la saciedad; o que las cargas policiales han causado ochocientos y pico de heridos cuando hay solo cuatro hospitalizados (sin ir más lejos en la cumbre del G 20 de Hamburgo la policía alemana se empleó con mucha mayor dureza y el balance de víctimas reales fue mucho mayor). También venden que tienen derecho a autodeterminarse, cuando la doctrina de Naciones Unidas es que dicho derecho se circunscribe a colonias o países explotados por potencias extranjeras; o que sus leyes de transición son legales porque emanan del parlamento de Cataluña, como si este fuese un órgano extraterrestre y no una institución constitucional sujeta al imperio de la ley; o, por último, ya que los ejemplos serían infinitos, pretenden vender al mundo que tras ese referéndum de la señorita Pepis realizado el día 1 de octubre, al soberanismo catalán lo respalda un 90% de la población, cuando todas las encuestas muestran que son minoría, una minoría muy respetable de más de un 40%, pero por fortuna son más los que apuestan por la legalidad.

En realidad estamos ante debates muy sentimentales y, de nuevo, muy tramposos. En Lituania, en donde resido, el ministro de Exteriores, Linas Linkevicius, ha defendido públicamente al Gobierno español recordando algo que es muy obvio: que Cataluña no es Lituania, porque la España democrática no es la dictatorial y comunista Unión Soviética. No obstante algunos de mis amigos lituanos o letones, bastante peor informados que Linkevicius, tienden a hacer esa superficial y simplona comparación. Por mi parte utilizo el mismo argumento que el ministro añadiendo que la comparación correcta sería la hipótesis de una reclamación independentista en la provincia lituana de Salcininkai, con fuerte presencia de la minoría polaca; o en la provincia letona de Latgale donde los rusofonos son la mayoría. Se quedan más callados que un muerto, porque les resultaría absolutamente inimaginable concederles cualquier "derecho a decidir", y porque en el fondo saben que, salvo para países en régimen colonial, el principio que prima es el de integridad territorial. Lo contrario sería volver a la ley de la selva, volver a conceptos pre-westfalianos muy peligrosos.

Se acercan días difíciles. Habrá que tener mucha sangre fría y cuando finalicen las pasiones habrá que hablar, pero siempre dentro del respeto a la legalidad española e internacional. Y esas conversaciones no deberían suponer un cheque en blanco. Habrá aspectos del autogobierno catalán que se podrán mejorar. Se podrá avanzar en financiación o inversión, y habrá que trabajar y mucho en las relaciones afectivas para suplir la actual división entre catalanes para que una clara mayoría vuelva a sentirse español y catalán a la vez. Pero también será el momento de corregir disfunciones y errores claros. El Estado debe recuperar, al menos, la competencia de educación o cuando mínimo un mayor control. No puede ser que se estén estudiando 17 historias de España diferentes o que las aulas se conviertan en campos de adoctrinamiento. En caso contrario se podrá ganar esta batalla, pero en el futuro se volvería a repetir una crisis similar. Los ciclos de la historia de los que hablaba Maquiavelo.

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