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Javier Cuervo.

Un millón

Javier Cuervo

Sentir sin consentir

Los vídeos de un juez de Providence (Rhode Island, EE UU.) se han hecho virales en internet. No muestran peleas de chavales ni decapitaciones yihadistas ni idiotas tirándose encima un cubo de agua hirviendo para crear una cadena de descerebrados con quemaduras en el rostro. Tampoco acaricia un gato que, al mirarlo, haga exclamar: "qué mono, por favor".

El juez Frank Caprio tiene 80 años y a veces consulta a los hijos de los procesados antes de sentenciar. No es "juez con niño" del mismo género que "película con niño". Es algo que llama "compasión" y sirve para moderar en sociedades intolerantes o intransigentes.

Caprio justifica su método contando que su abuelo fue arrestado por una pelea mientras jugaba a las cartas con unos amigos. El abuelo se disculpó y la abuela suplicó al juez que no lo mandara a prisión. El juez pidió al hijo que se acercara y le explicó que lo mandaba a casa con la familia porque consideraba que era un buen hombre que había tenido una mala noche y que era más importante que siguiera trabajando para mantenerlos. La cárcel habría sido la miseria para la familia.

La enseñanza es buena en una sociedad formada por individuos tan invitados a sentir, a sentirse y a comprar sensaciones donde muchos sienten pero no padecen ni compadecen ni consienten. Una sociedad con individuos que sienten una indignación desmesurada por cualquier acción o pensamiento inadecuado y la miden por la tolerancia cero, es decir, por la intolerancia.

El cero sugiere una escala decimal. Entre la tolerancia 10 de la paciencia jobiana y la permisividad sin ley y la tolerancia cero de intolerantes e intransigentes, el juez Carpio llama "compasión" a lo que parece buen juicio. Misión cumplida, señor juez.

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