Algunos de los artículos que me han llegado después del atentado islamista de las Ramblas se refieren a cómo explicar algo así a los niños. Algo así quiere decir la salvajada de atropellar voluntariamente a personas que paseaban una tarde cualquiera por un espacio emblemático de una capital civilizada, el asesinato a sangre fría de una quincena de visitantes y ciudadanos de Barcelona inspirado por ideas musulmanas radicales y delirantes. Proponían: "Gente enfadada ha hecho mucho daño a otros, y ahora todos estamos tristes". "La conclusión es que nunca hay que usar la fuerza contra los otros, sino intercambiar argumentos". Aconsejaban alejarlos de las imágenes de la tragedia, y esperar a ver qué preguntan antes de darles una respuesta.

No soy pedagoga, de manera que doy por buenas estas recomendaciones. Francamente, no me veo diciéndoles a mis hijos que un nene que aún llevaba chupete fue aplastado por una furgoneta conducida por un violento con el cerebro lavado, y que otro de solo siete años que estaba de vacaciones murió por los golpes lejos de su mamá. Y que hubo cien heridos, y que nuestra vida está en jaque por unas ideas absurdas que representan un peligro cierto. Hay que tener cuidado con lo que se les cuenta a los menores, y por lo que se ve también con lo que se les cuenta a los adultos. Sobre todo con lo que se les cuenta a los adultos, que exigen no saber como una de sus prerrogativas fundamentales aunque vivan pegados al móvil.

El derecho a la información ha sido sustituido por el derecho a no sufrir. Efectivamente, una semana después aún me escuece la catarata de insultos hacia los periódicos que publicaron una magnífica fotografía que resumía la magnitud del atentado de las Ramblas. Con diferencia, improperios mucho más gruesos que los dirigidos a los terroristas causantes de la escena. Una toma abierta del turista británico acompañando al niño australiano que agonizaba, los mossos yendo de un lado al otro, la señora abrazando a un bebé mientras transeúntes ayudaban a un caído. Una imagen sin morbo, pero verdadera; respetuosa porque no permitía identificar a sus protagonistas, pero informativa. ¿Que si era necesario poner a las víctimas a la vista? Yo digo que sí. Imprescindible. Puedes elegir el lazo negro para no tener que mirar dentro de la caja de los truenos, pero no lo llames periodismo. ¿Qué ocurrió días pasados en Barcelona? Esa foto contesta sin intermediarios. Afirma Susan Sontag que a partir de determinada edad no tenemos derecho a la ingenuidad, a la superficialidad, a la ignorancia. "Debemos permitir que las imágenes atroces nos persigan. (?) Cumplen una función esencial, dicen: esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizás se ofrecen a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. No lo olvides".

La infantilización de la opinión pública, pero también la de los terroristas, a menudo tratados como chicos traviesos que se vuelven hombres por sorpresa, sin que nadie los viera venir en su desvarío. De entre los testimonios de estos días, destaca el desgarrador de una educadora social de Ripoll que relata su incomprensión, su dolor. "Eran niños como todos. Como mis hijos". Y se pregunta: "¿Qué es lo que estamos haciendo mal? Debemos parar esto". En su carta les recuerda como los maravillosos críos que fueron, pero "ahora lo veo desde el otro lado y estoy destrozada. Me duele ver el mosaico de Miró manchado de sangre, me duele pensar que podría haber amigos y familiares en las Ramblas, me duele que hayan sido ellos". Lo ha visto, ha visto las imágenes del horror sin disfraces. Sus niños se han hecho mayores, y quizás ella también.