Joe Arpaio, el exsheriff de Arizona recientemente indultado por Donald Trump, agradeció la decisión del presidente afirmando que este último había interpretado su condena, la cual podría haberle conducido a la cárcel (todavía no había una sentencia), como lo que realmente era: "una caza de brujas del Departamento de Justicia de Obama". Arpaio es un personaje que, hace ya unos años, adquirió fama nacional, incluso mundial, por interrogar a "sospechosos" de ser indocumentados en plena calle. La sospecha se basaba, al carecer de otros indicios visibles, en el color de la piel de los caminantes. Racial profiling, lo llaman en inglés. Al autodenominado "sheriff más duro de América" le encantaba colocar cárceles improvisadas al aire libre para humillar a los presos, quienes eran forzados a pasearse con ropa interior rosa por la prisión. Al igual que el actual presidente, Arpaio fue uno de los baluartes del llamado birther movement, un grupo de personas que, promoviendo diversas teorías conspirativas, pedían una investigación sobre la "verdadera ciudadanía" de Barack Obama, a quien también deseaban pedirle los papeles por unos motivos similares a los mencionados anteriormente. Arpaio, además, tiene una cantidad nada despreciable (y alarmante) de partidarios. En la calle y en la política. Finalmente, un juez le condenó en 2011 y le ordenó a que dejara de actuar de esa forma pues no podía utilizar su autoridad para llevar a cabo acciones manifiestamente racistas.

Pero Arpaio se negó y desobedeció la ley. A él nadie, ni siquiera un juez federal, le puede decir cómo hacer su trabajo. Entonces se produjo el célebre desacato. Ahora es oportunamente premiado por esta inclasificable administración que, por supuesto, piensa que este sujeto es un incomprendido "patriota". A todos los aficionados al western esta historia no les debería sorprender. Existe una suculenta filmografía al respecto. Por el cine del oeste han pasado sheriffs de diverso pelaje. Hemos visto a gente honrada y audaz, dispuesta a sacrificar su vida para proteger a los inocentes, y a gente que se sirve de su placa para corromperse y abusar de su poder, metiendo en la cárcel a todo aquel que ose cuestionar su comportamiento autoritario y cediendo al chantaje de los malhechores mientras ejercen de cómplices en sus actividades criminales. En este último grupo encontraríamos al personaje interpretado por Gene Hackman en Sin perdón, la película dirigida por Clint Eastwood, quien encarna en esa misma cinta a un veterano forajido que desea aplicar, por razones mercenarias, una justicia que el sheriff, por razones perversas, pretende obviar. Son ese tipo de relatos donde los malos ejercen de buenos y los buenos de malos, donde la ley se halla en territorios grises y el destino de los ciudadanos depende de la voluntad de unas pocas personas valientes. Hay pueblos fronterizos y praderas inhóspitas, armas y duelos, leyendas y héroes, caballos y bisontes. El Tombstone de la América trumpiana, sin embargo, no es más que una réplica oscura y grotesca de la vieja épica cinematográfica. El mundo después de O.K. Corral.