Hacer dejadez de las funciones encomendadas o acometerlas con desdén no son buenas opciones cuando lo que se pretende es atajar un problema, y más si este afecta a numerosos ciudadanos. Al contrario. Las más de las veces los conflictos se enquistan, los perjuicios se agravan y, al final, hay que adoptar medidas extremas, como recurrir a las fuerzas de seguridad. Es lo que ha ocurrido esta semana con el escándalo de la sobreventa de billetes a Cíes, que ha amargado las vacaciones de millares de turistas, que habiendo pagado el suyo con antelación se encontraron tirados en tierra por sobrepasar el cupo de visitantes permitido. Víctimas, en suma, del abuso de las navieras y la ineficiencia de la consellería.

Lo que debía haber sido para esos muchos miles de visitantes atrapados en las estaciones marítimas un viaje de placer a las idílicas Cíes se transformó en pesadilla, una pesadilla en medio, paradójicamente, de ese enorme anhelo colectivo existente para que las islas sean, como por justicia les corresponde, Patrimonio Natural de la Humanidad.

Los primeros y principales responsables de lo ocurrido son los operadores, claro está. Pero sus prácticas las conoce Medio Ambiente desde 2011, año en el cual les abrió los primeros expedientes sancionadores, saldados con la correspondiente multa. Visto lo visto, que ha sido mucho, durante los seis años transcurridos desde aquella primera sanción hasta lo ocurrido esta semana no son necesarias muchas luces para entender que a una práctica ilegal se unen una regulación o una supervisión, o ambas cosas, cuando menos ineficientes, lo cual redunda en eso, en un escándalo.

Que las navieras desoyeran los últimos días repetidos avisos de la Xunta por sobrepasar el cupo de viajes, y que lo hicieran después de habérseles abierto el 3 y el 5 de agosto nuevos expedientes sancionares por la misma causa, solo puede evidenciar el desdén de unos por la legalidad y la complacencia de los otros ante una gestión que saben insuficiente y generadora de resultados intolerables.

El enorme éxito de las Cíes como bandera turística de Galicia depende, además de sus condiciones naturales únicas, de ser capaces de preservarlas. Para ello resulta esencial respetar un cupo de visitantes, el que sea, que garantice el ecosistema de la joya de la corona del Parque Illas Atlánticas. Y a ello apeló la Xunta al justificar su recurso el pasado fin de semana a las fuerzas de seguridad para impedir la entrada de más barcos, en una medida sin precedentes y puesta en cuestión por la grave alarma generada.

Por eso y por haber contribuido a la tan desafortunada como injustificada imagen que se ha trasladado del sector turístico gallego, en general, y de uno de sus mayores reclamos en particular. Es justo lo contrario de lo que Galicia necesita para que ese sector siga avanzando en conseguir un racional provecho de sus enormes potencialidades y atraer visitantes que contribuyan a la creación de riqueza.

Las peculiaridades del transporte a Cíes son de sobra conocidas, pero Galicia no puede volver a pasar por el bochorno de esta semana. Aducir para justificar lo ocurrido que el sistema de venta on-line que usan despacha billetes aun cuando ya se ha alcanzado el tope de capacidad, como aseguran las navieras, solo puede llevarnos del bochorno al estupor. Por no hablar del supuesto despacho fraudulento de tiques en la misma terminal.

La solución no pasa por seguir tramitando expedientes y multas carentes de eficacia, sino por poner la vista en el usuario y aplicar, cada uno en su ámbito de responsabilidad, aquellas medidas, las que sean, que eviten ese doble daño al visitante, primero, que se ve maltratado, y a Galicia en su imagen

Decíamos hace justo una semana que el futuro sostenible del sector pasa por avanzar hacia la excelencia, con una exigencia en la oferta y en las prestaciones que satisfaga al visitante, lo incite a repetir y añada valor. Porque mimar al turista que valora ante todo el paisaje natural gallego, su arte, la gastronomía y la gente es la mejor salvaguardia para un sector que ha de dar todavía muchas alegrías. Justo lo que hace falta.