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Joaquín Rábago.

Entre Duchamp y la corrección política

El francés Marcel Duchamp es sin duda uno de los artistas que más han influido para bien, pero también para mal, en el arte del siglo XX.

Hay quien dice que el pionero del "ready made" y del "objet trouvé" ha sido más influyente incluso que el español universal Pablo Picasso.

El vulgar urinario que Duchamp expuso en una muestra organizada en 1917 por la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York bajo el seudónimo de R. Mutt y que tituló "La Fuente" marca un arte y un después en la historia del arte.

A partir de ese momento, basta con "desfuncionalizar" cualquier objeto, es decir desviarlo de la función para el que fue originalmente concebido, y exponerlo en una galería o un museo para transformarlo en arte.

Aquel gesto inicial, para algunos genial, ha tenido desde entonces muchos, tal vez demasiados imitadores en todo el mundo: entre ellos la japonesa Yuki Kumura, de la que en la última feria de arte de Basilea se vendió la instalación "Table Matemática".

La obra en cuestión, por la que se pagaron 19.000 euros, consiste en unas cuantas botellas de distinto tamaño del popular digestivo alemán "Jägermeister" dispuestas sobre una mesa.

El espíritu de Duchamp parece haberse encarnado un siglo después en esa artista nipona entre tantos otros cultivadores de un tipo de arte sin el cual muchos críticos y comisarios de exposiciones se quedarían sin justificación.

Pero hay otro tipo de arte que prolifera últimamente en las bienales, las Documenta y eventos similares y que da también ocupación a más de un comisario o comisaria.

Es un arte en el que lo que podríamos llamar función estética ha sido sustituida en muchos casos por la ética y en otros, por algún mensaje político o sociológico.

Y que parece no necesitar de aprendizaje técnico ni de estudio del arte del pasado porque lo que menos importa son las cuestiones formales o compositivas ni las que podríamos calificar de "trascendentes".

Es un arte que parece preocupado únicamente por cuestiones como la identidad étnica o de género o de los derechos de las minorías, un arte muchas veces excluyente y sin aspiraciones de universalidad.

Como señala el crítico alemán Hanno Rauterberg refiriéndose a la actual Documenta de Kassel, "las mujeres hablan sólo de feminismo, los transexuales de sus problemas con la indiferencia que los rodea y algún pintor sin brazos, de las dificultades que ello les supone en el mundo".

No se le ocurra a un varón meterse en el alma o la sensibilidad de una mujer; a un judío, arrogarse el derecho de reflejar los sufrimientos de un palestino; a un blanco, hablar de las aspiraciones de un negro o a un europeo, de las de un colonizado. Es pura corrección política.

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