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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

La influencia

A partir de la idea de que cada cual puede hacer de su capa un sayo siempre que se lo permitan las leyes y lo deseen -en el caso de las fuerzas políticas- primero sus militantes y luego sus votantes, quizá convinieran, con la mejor intención, un par de observaciones. Especialmente dirigidas hacia el BNG, una de las siglas clave en la Transición gallega y, sobre todo, en la normalización posterior. Preservan, como es natural, las ideas propias y los programas básicos para desarrollarlas, pero como cualquier ser vivo, sin dejar de adaptarse para seguir siéndolo.

En ese sentido, la primera observación debe hacer referencia a la trayectoria del Bloque Nacionalista Galego que, tras las vicisitudes propias de una fuerza política en sus circunstancias, ha llegado a la Xunta para después quedar reducida a extramuros en las Cortes y casi en el Hórreo. Pero sigue viva, aunque maltrecha y según no pocos observadores, apenas limitada a un búnker, en términos ideológicos sobre todo. Y los analistas recuerdan que ese tipo de refugios puede servir por un tiempo, pero no para permanecer continuamente en su interior.

Aun así, el BNG, el 25 de septiembre próximo pasado, y contra todo pronóstico -porque muchos apostaban por una muerte segura, aunque no súbita- logró un Grupo Parlamentario. Sus gentes lo valoraron como un éxito, asentado sobre todo en una buena campaña de su portavoz nacional y candidata Ana Pontón y la mediocridad de los mensajes de "la otra izquierda". Probablemente era cierto, pero su reflexión posterior hablan más de la necesidad de mantenerse donde están -o sea, en el búnker- hasta que vuelvan los que se fueron que de salir a buscarlos.

Si tal hicieran sus responsables, que parecen todos adscritos a la llamada "línea dura" de la UPG, cometerían, en opinión personal de quien la firma, un error estratégico que llevaría al Bloque a bordear la insignificancia política, aunque quizá conservase una apreciable fuerza social y sindical durante un tiempo. Con la que se puede influir, pero es complicado hacerlo lo suficiente como para que quien gobierne acepte exigencias: en política democrática, donde quien tiene el poder legislativo es el Parlamento, que dirige el país y controla el ejecutivo y, según el modelo español, el judicial. Y eso no se hace desde un búnker.

Quedan expuestas esas observaciones desde la convicción de que el nacionalismo gallego es importante para el equilibrio político de este antiguo Reino; que el realismo institucional de que el antiguo Beiras lo dotó sigue siendo necesario y, en definitiva, que en estos tiempos más que nunca, una presencia parlamentaria cuanto más sólida mejor, podría alcanzar para Galicia cotas que hasta el momento no se dieron. Pero con otra idea clara: aquí no hay soberanistas bastantes para vencer ni para convencer, pero sí galleguistas suficientes para influir decisivamente. Lo que se debe hacer es olvidarse de estúpidos exclusivismos y "fronteras sanitarias" y juntar a cuantos más, mejor.

¿O no?.?

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