Yo no sé si, como alguien comentaba ayer, ha empezado la tercera guerra mundial, pero sí que la civilización occidental tiene ante sí el reto urgente de acabar con este fanatismo. Un medievalismo que pretende hacer obsequio a una divinidad excluyente y vengadora de agravios inventados provocando desastres como el de Barcelona.

Son ya demasiados los ataques y las víctimas en Europa, siempre inocentes, para esperar simplemente a ver dónde se produce la próxima masacre. Tenemos el enemigo dentro, como los hechos del jueves han puesto de relieve una vez más.

Conserva el periodista muy amargos recuerdos de los años de plomo en tierra vasca y de haber visto la sangre en el asfalto. Que tuvieron, por cierto, tremendos escenarios también en Cataluña, como los cruentos atentados, con niños muertos incluidos, en el cuartel de Vic y en el Hipercor de Barcelona. Era otro terrorismo, aunque siga latente, pero la misma sinrazón.

Se dice que en tiempos del pujolismo se trataba de incorporar mano de obra que pasara, por sublimación, del árabe al catalán sin hacerlo por el castellano. Sin duda el turismo, tan rentable, sufrirá con los últimos sucesos. Estamos ante un rencor primitivo contra nuestra civilización, financiado sin duda por ríos de petróleo.

No todos los islamistas son sospechosos, pero será preciso separar el grano de la paja. Andamos discutiendo entre nosotros con engarradiellas de campanario por aventuras de incierto final. Es urgente que el Occidente civilizado tome conciencia de que ha de reaccionar con energía.