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De vuelta y media

Cuando San Bartolomé prohibió una ofrenda floral en la Herrería

La Virgen Peregrina se quedó sin el acto mariano proyectado por la Comisión de Fiestas en 1970 ante el recalcitrante veto del ecónomo Carracedo Torreira

Una gran ofrenda floral en honor de la Virgen Peregrina en la plaza de la Herrería, a las ocho de la tarde del sábado 8, víspera de su festividad, se presentó como el acto más novedoso del programa elaborado por la Comisión de Fiestas en 1970.

La pretensión era instaurar en Pontevedra una celebración mariana semejante a aquellas otras tan populares de Zaragoza en honor a la Virgen del Pilar o de Valencia en homenaje a la Virgen de los Desamparados.

Antonio Reguera Repiso, presidente; Germán de la Iglesia Faustino, vicepresidente; Benito Lareo López, secretario, y Mª Dolores Tamames Iglesias, Demetrio Rodríguez Martínez, José Vilas Simal y José Segura Marcos como vocales, integraron aquella Comisión de Fiestas. Entonces su composición tenía carácter mixto, con representación de instituciones y entidades, aunque con mayor peso municipal.

El anuncio realizado con bastante antelación, a principios de junio, fue bien acogido y nada hizo presagiar el desencuentro posterior. Tanto los miembros de la Cofradía de la Peregrina, como las dignidades eclesiásticas que fueron consultados, todos mostraron su beneplácito general.

A la hora de concretar el desarrollo del acto, Reguera y De la Iglesia se desplazaron a Santiago para recabar la intervención de un orador religioso. La comisión organizó luego una reunión de trabajo para cerrar el programa con el presidente de la cofradía, el cura que actuaría de mantenedor y el ecónomo de San Bartolomé, parroquia que tenía a su cargo el gobierno eclesiástico del santuario de la Peregrina.

Entonces saltó la sorpresa inesperada, porque Celestino Carracedo Torreiras, párroco en funciones por carencia de titular desde la muerte de don Teodoro Castro Cores, mostró su rechazo y después no asistió a la reunión convocada.

La Comisión de Fiesta removió Roma con Santiago, nunca mejor dicho, y siempre conservó la esperanza de revertir la situación. Incluso solicitó la mediación del mismísimo cardenal Quiroga Palacios, pero después se dijo que este no quiso desautorizar a su ecónomo.

En vida de don Lino García y García, prelado doméstico de su santidad, arcipreste de Lérez y devoto confeso de la Virgen Peregrina, aquella situación quizá no habría llegado tan lejos. Pero el destino jugó en contra y aquel sacerdote bonachón que marcó una época en el Instituto como profesor de Religión, falleció un mes antes de plantearse el sonado desencuentro.

El responsable en funciones de la parroquia de San Bartolomé hizo pública su prohibición de la ofrenda floral el 5 de agosto, solo tres días antes de la fecha prevista para su celebración. Esa larga espera para oficializar su decisión molestó sobremanera y contribuyó a echar más leña al fuego.

No solo disgustó el fondo de la cuestión, o sea la prohibición en sí misma, sino que también incomodó no poco la forma de justificar su actuación, a caballo entre las descalificaciones personales y los textos pontificios.

El ecónomo Carracedo Torreira enmarcó su actuación a la luz del Concilio Vaticano II, como una muestra del nuevo estilo adoptado por la Iglesia en contra de cualquier signo de ostentación y espectacularidad.

"No se puede acusar a la Iglesia -señaló en su explicación- por la ostentación de lujo y riqueza que pueda mostrar en algunas de sus manifestaciones, y por otra parte, reprocharle que impida la celebración de un acto que reviste tales apariencias".

A fin de justificar su negativa recurrió a proclamas del Papa Pablo VI y de la Conferencia Episcopal. Y se preguntó en voz alta si era lícito "utilizar a la Virgen y a los niños con fines propagandísticos para el lucimiento de las fiestas de una ciudad". Tal interpretación causó un profundo malestar y otro tanto ocurrió con la perversa retórica que empleó contra Antonio Reguera, presidente de la Comisión de Fiestas:

"¿No les parece que sonaría un tanto a farsa que después de hablar con gran oratoria, quizá sobre las virtudes de María -entre las que destaca la pobreza- tuviésemos que asistir al espectáculo de ver como un señor, valiéndose de unos niños, se diera el gustazo de derrochar 50.000 pesetas en flores?".

En realidad llovía sobre mojado, porque Celestino Carracedo no dejó de comportarse como un cura postconciliar y rompedor desde el primer día que ejerció como ecónomo de San Bartolomé. Lo primero que hizo fue eliminar cualquier asomo de lujo innecesario. Después acabó con los estipendios habituales por bodas, entierros y bautizos. Y más tarde se opuso radicalmente a la tradicional bendición de palmas en la Herrería el domingo de Ramos. Unas y otras medidas suscitaron división de opiniones.

Solo el Consejo Parroquial de San Bartolomé salió en defensa de su ecónomo con respecto a la prohibición de la ofrenda floral y asumió su postura como propia, según certificó su secretario general, Aureliano Virgós.

La Comisión de Fiestas acató con pesar la suspensión, pero veinticuatro horas antes del inicio del programa anunció sorpresivamente una recomposición del acto previsto. ¡Habemus ofrenda floral!

Aquel sábado 8 de agosto de 1970, la reina de las fiestas, Mª Luisa García Limeses, leyó una invocación a la Peregrina tras el desfile habitual desde el Ayuntamiento hasta el Santuario. A continuación, depositó su ramo de flores a los pies de la Virgen Peregrina, gesto repetido por sus damas de honor. Y niños y mayores hicieron lo propio hasta cubrir totalmente el altar mayor.

El acto mariano se repitió desde entonces, año tras año, pero nunca volvió a plantearse una ofrenda floral popular en la plaza de la Herrería.

El protagonista de esta historia, Celestino Carracedo Torreiras, se marchó de Pontevedra pocas semanas después, en cuanto José Ríos Gigirey tomo posesión como párroco de San Bartolome. Al parecer, su destino fue Madrid y allí abandono el sacerdocio.

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