La ausencia de verdaderos filtros de acceso, tanto para los profesores como para los alumnos, explica en gran medida el progresivo deterioro que sufre la Universidad. Nadie quiere oposiciones ni reválidas. Tampoco implantar mecanismos eficaces de evaluación del personal docente ni elevar el nivel de exigencia a los estudiantes. Todo en aras de una blanda y complaciente autarquía del conocimiento. Pero si algo facilita internet es, precisamente, el acceso al conocimiento. Las novedades llegan al instante. Las mejores clases magistrales se encuentran a solo un clic. Es cuestión de tiempo que la formación no reglada acabe disponiendo de sistemas de acreditación que la equiparen a la reglada, al menos en ciertos sectores de actividad. Nulo futuro tendrán aquellas universidades que sigan repanchingadas.

Con los actuales parámetros de selección de personal, basados sobre todo en el número de publicaciones, Tim Berners-Lee, padre de la web, o Hugh Herr, el hombre biónico, tropezarían con serias dificultades para trabajar en la Universidad española. Más complicado aún lo tendría Martin Cooper, considerado el padre del teléfono móvil, porque no es doctor ni tiene trabajos publicados. Por contra, Jeffrey Hoffman, el astronauta que cambió la lente del telescopio espacial Hubble y que más horas estuvo fuera de una nave, es profesor en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) pese a no haber orientado su carrera hacia la investigación ni la docencia. ¿Acaso no tiene algo valioso que transmitir a los alumnos?

Es la diferencia entre una Universidad donde la selección de profesorado apenas existe y un centro que ha sabido dotarse de los mecanismos necesarios para incorporar la excelencia en sus múltiples manifestaciones. En el MIT tanto da si el aspirante trabajó en investigación básica, montó una empresa, obtuvo patentes o marcó un hito en la carrera espacial. Lo que importa es el talento. En nuestras universidades solo tienen el camino expedito quienes hacen carrera a través del número de publicaciones.

El sistema español anima a la endogamia. El que está dentro lo tiene por regla general más fácil. La tesis doctoral se presenta ante un tribunal muchas veces conformado a la carta. El simulacro puede llegar hasta el punto de que la parte más dura acabe siendo la comida posterior con los examinadores porque paga el doctorando. La carrera profesional es eterna. A las plazas de profesor permanente se accede a través de tribunales en los que normalmente está el director de tesis y puede haber solo un candidato por plaza. Llegar a catedrático exige largas travesías del desierto -quince años, dándose bien las cosas- que nada tienen que ver con la valía profesional. Tampoco los salarios guardan relación con la capacidad, el compromiso o el esfuerzo investigador.

La docencia no está adecuadamente valorada. El sistema de acreditación permite, por ejemplo, que un biólogo pueda impartir ingeniería química. Es imperfecto, como lo son también los mecanismos de evaluación. Si el profesor no comunica bien, no prepara las clases o carece de conocimientos suficientes, el alumno se desmotiva. Hay decenas de docentes en la institución académica gallega sin sexenios, es decir, que no han vuelto a publicar un artículo desde que obtuvieron la plaza. Los más críticos con el modelo aseguran que el sistema norteamericano, en el que los profesores no pueden dar clase allí donde cursaron sus estudios y pasan evaluaciones cada pocos años, dejaría la Universidad española como un solar.

No hay una verdadera selección de profesorado, pero tampoco de alumnos. Comunidades autónomas como Andalucía dan el título de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) a los estudiantes en el mes de junio, aun cuando tengan dos asignaturas pendientes, sin necesidad de esperar a los exámenes de septiembre. De los aproximadamente 10.500 chavales que se presentaron en junio a la EBAU (lo que era la PAU o, antes, la selectividad) en Galicia superó las pruebas el 92,94 por ciento. ¿Cuántos lograrán un título universitario y un empleo acorde a su formación?

Víctor Cazurro, vicerrector de la Universidad Isabel I, decía en una entrevista publicada en FARO que, junto con el Reino Unido, España va a la cabeza en la educación on-line en Europa y que "en el futuro los exámenes se harán a distancia mediante identificación facial". Poco tendrán que hacer en ese futuro que cada vez es más presente las universidades que no logren destacar por su excelencia, su potencia investigadora y sus vínculos con la industria. En cuanto el MIT empezó a sacar patentes, hasta Harvard, número 1 del mundo, tuvo que espabilar. La Unión Europea utiliza la expresión "valle de la muerte" para referirse a la travesía del laboratorio al mercado. Incorporar criterios de mérito y de utilidad para que el término pierda todo sentido en España y en Galicia es el gran desafío. ¿Seremos capaces?