La fobia al turismo no es algo que pueda considerarse nuevo. Por lo general, las fobias son producto de maceraciones carbónicas prolongadas y de viejas cosechas dañadas. Sí es nueva, en cambio, la violencia organizada contra los turistas por el simple hecho de serlo y sin que medie en ella el fundamentalismo islámico. El fundamentalismo independista catalán, balear y valenciano, a su manera, está utilizando también métodos expeditivos para acabar con lo que consideran una sobreexplotación de los recursos.

En Venecia, en Brujas, en Amsterdam y en otros lugares que soportan la masificación del visitante, se han producido protestas más o menos razonadas y razonables con el fin de alcanzar un acuerdo de convivencia con el sector. En la Serenisíma, algunos vecinos se subieron a sus embarcaciones para protestar contra los cruceros de placer, recuperar su ciudad y ahuyentar de ella a los turistas maleducados que no dudan en exhibirse en camiseta y pantalón corto despreciando la belleza que les rodea, dándose chapuzones en el Gran Canal y arrojando basuras en cualquier lado. En realidad, una plaga.

Lo que hasta ahora no se había visto era este tipo de ataques vandálicos premeditados de clase contra autobuses, restaurantes y apartamentos, de los militantes de Arran Països Catalans y que cuentan con el apoyo de la CUP, el partido que promueve junto al Govern el referéndum independentista de Cataluña. El Govern se ha apresurado a decir que no tienen nada que ver con el procés y, sin embargo, forman parte de una idéntica desestabilización, promovida con argumentos paticortos por uno de los partidos que lo defiende. Miembro de la misma pandilla de gamberros e intransigentes.