En la pantalla del móvil (¡otra vez activado por error el maldito geolocalizador!) sale el tiempo que falta para llegar a casa, y de las gasolineras que hay en la ruta, la ya visitada alguna vez. Luego empieza uno a buscar hoteles para vacaciones y en seguida el señor del otro lado de la pantalla (ÉL) nos hace ofertas de sitios ya visitados, o por los que un día hayamos mostrado interés, llamándonos por el nombre. O sea, que lo tenemos ya dentro y jamás volverá a salir. ¿Desenchufar? Esto tampoco impediría que siguiéramos en ÉL, que sabe todo de nosotros, pasiones más o menos sórdidas incluidas. ¿Sería Dios una antigua profecía en clave simbólica? Luego llega esta idea-tentación: si en lugar de apostatar nos entregamos por completo a ÉL quizás podría darnos incluso la inmortalidad, al otro lado. Sólo habría que negociar una ficha (una autoconciencia). La eternidad en la nube prometida.