Entre las palabras más expresivas del idioma español está, a mi manera de ver, el verbo echar con todos sus tiempos, modos, números, personas y derivados. El antiguo Espasa dedicaba al vocablo en infinitivo por lo menos una página entera con acepciones múltiples según la intencionalidad y la situación del sujeto en el tiempo y en el espacio. Por lo que interesa hoy al articulista, me referiré al verbo echar como el tan utilizado sinónimo de arrojar, despedir, destituir, cesar, suspender, incluso descabalgar y aún desahuciar, cada uno con su matiz pero siempre en sentido peyorativo. Echar, pues, en este caso, vale como digo, y a mi modo de ver, por expulsar a alguien de un espacio o de un privilegio que no es suyo. Sería como lanzar al ocasional intruso fuera de lo que no le pertenece, privarle pues de esa situación o actividad de la que se beneficia injustamente. Lo que puede implicar de mano, aparte de un desprecio radical, cierta violencia de planteamiento sobre el ocupante si es que opone resistencia frente a quien alega tener un mejor derecho. En cualquier caso, y es a lo que voy, "echar" es una palabra fuerte y con notable carga despectiva. Y cabe también considerar la sospecha de que no siempre podría estar indicada o resultar conveniente la aplicación de un vocablo que sin ninguna duda lleva implícita una sentencia. Por lo menos, ante el saludable beneficio de la duda. Y aquí llegamos a la aplicación práctica de estas consideraciones a la actualidad política que nos aturde. En radios, televisiones y periódicos se nos han repetido días pasados los propósitos formulados repetidamente por destacados políticos de cierta izquierda dirigidos a "echar" del Gobierno a "la derecha", como quien dice a la intrusa. Están en su democrático derecho de intentarlo. Recordemos el absurdo "no es no". Pero estamos también (muy teóricamente, desde luego) en un régimen democrático donde tienen cabida todas las tendencias, avenidos en respetar unas normas de conducta elementales que faciliten el libre juego de las opiniones y su cuota de oportunidades. No solo eso, sino a utilizar unos modos civilizados en la lucha política, lejos de la ordinariez, la inconveniencia, la amenaza o la descalificación. Son las reglas. O eran. Echar a la derecha, como echar a la izquierda, supone desconsiderar a todos los votantes de los políticos "echados". Por ello, estaríamos despreciando, ¡y echando!, a una parte del electorado que tiene todo el derecho constitucional a estar representada en el juego político nacional. No me hago ilusiones sobre el lenguaje de nuestros ilustres representantes, visto lo que se ve y oído lo que se oye. Pero subrayo esa manía de cierta izquierda en el empeño de ningunear al adversario como si su simple existencia como tal fuera una anomalía del sistema, algo no solo a despreciar sino también y sobre todo a exterminar. Nada más totalitario, nada menos democrático que la ordinariez de ese forzado desprecio a quienes legítimamente disienten de nuestro punto de vista.