La región del Rif, en el norte de Marruecos, tiene fama de conflictiva y complicada. Lo sabemos bien los españoles, que la ocupamos cuando el reparto colonial de África nos la confió para que ni franceses ni británicos controlaran la ribera sur del estrecho de Gibraltar. Tras la conquista de Tetuán en 1860, que nos contó Pedro Antonio de Alarcón en su Diario de un testigo de la guerra de África, llegaron las protestas de la Semana Trágica en 1909 y luego la revuelta de Abd-el-Krim que tanto tuvieron que ver con nuestra guerra civil. En Marruecos se formó Francisco Franco, allí se sublevó y las tropas marroquíes tuvieron un papel nada desdeñable en su triunfo final, como nos recordaba la Guardia Mora que le acompañaba.

Cuando Marruecos alcanzó la independencia y unificó bajo el rey Mohamed V los protectorados francés y español, los marroquíes "afrancesados" del sur monopolizaron el poder en perjuicio de los marroquíes "españolizados" del norte, que apenas podían mostrar al mariscal Mizzian entre quiénes mandaban en el nuevo país. Esta marginación provocó un fuerte descontento en el Rif y su revuelta fue ahogada en sangre por el entonces príncipe heredero Hassan. Los rifeños nunca olvidaron la brutalidad de aquella represión y tampoco Hassan lo olvidó. Una bruja le dijo que sería asesinado si volvía por el norte y él no regresó nunca y además lo castigó sin inversiones y sin participar en el gobierno. Cuando Mohamed VI ascendió al trono intentó ganarse el cariño de los rifeños, invirtió en Tánger y visitó la región. Incluso veraneó en ella. Pero no ha sido suficiente.

Los rifeños están islamizados pero no son árabes y se refieren con desprecio a los habitantes de Casablanca o de Marrakech como "esos negros del sur". No me lo invento, lo he oído más de una vez. Cuando era embajador en Marruecos visité al-Hoceima (Alhucemas) con el embajador de Francia, que no salía de su asombro cuando constataba que allí no se hablaba francés sino español y que no hablaban árabe sino tamazigh (bereber), mientras discutían acaloradamente los éxitos del Real Madrid o del Barcelona. Siguen el Corán pero le añaden otras creencias ancestrales de corte animista y preislámico que pueblan su universo mental de genios malévolos (yenún). Viven en una tierra inhóspita, dominada por la cordillera del Rif, de cumbres peladas y rocosas. El pan desnudo es una terrible novela de Mohamed Choukri que describe la dureza de su vida.

Los rifeños se han rebelado siempre contra todos los que han tratado de dominarles: los romanos, los bizantinos, los árabes, los españoles y los mismos marroquíes de Rabat. Caudillos como Tacfarinas o la reina Kahena, muerta al frente de sus guerreros bereberes, aumentan esta leyenda de resistencia.

La revuelta actual se parece a la que estalló en Túnez en 2011 con la inmolación de Mohamed Bouazizi tras serle confiscado el carrito con el que se ganaba la vida vendiendo fruta. Fue el comienzo de la Primavera Árabe. En Alhucemas ha muerto un vendedor de pescado, triturado cuando trataba de recuperar el género que unos policías habían arrojado dentro de un camión de basura. Una tragedia que colmó el vaso de la paciencia rifeña. Al principio las protestas pedían una investigación de lo ocurrido y el castigo de los culpables, y de ahí se pasó a exigir más inversiones en el norte en forma de escuelas, hospitales, carreteras y, en definitiva, más trabajo. Hoy protestan contra el gobierno.

Mohamed VI reaccionó con gran habilidad y cuando en 2011 llegaron a Marruecos los ecos de la Primavera Árabe dijo compartir el sentir de su pueblo, modificó la Constitución y adoptó otras medidas que aplacaron las primeras protestas. Ahora no ha mostrado la misma cintura y una torpe respuesta de su gobierno ha hecho el resto. La represión, la prohibición de las manifestaciones y las detenciones masivas (incluido el líder Zafzaui) en Alhucemas, que es una ciudad tomada por las fuerzas de seguridad, y en otros lugares solo han alimentado unos resquemores y agravios que tienen raíces muy profundas y que exigían una respuesta mucho más inteligente por parte de las autoridades.

La duda es lo que ocurrirá a partir de ahora. Si la protesta se circunscribe al Rif, durará lo que tenga que durar y luego se apagará, asfixiada, como esperan las autoridades. Eso no sucedería si se extendiera al resto del país. Pero para que eso suceda debería ser abrazada por partidos de izquierda y, sobre todo, por los islamistas, que están divididos desde que Hassan II, con gran habilidad, logró partirles el espinazo integrando al partido Justicia y Desarrollo en el juego político y dejando en las tinieblas exteriores al movimiento Justicia y Espiritualidad. Este último participó en la reciente protesta masiva de Rabat pero no ha decidido aún qué hacer en el futuro. Su seguimiento se supone muy grande. Nadie discute la inteligencia de Hassan II porque hoy los islamistas desconfían unos de otros, los rifeños desconfían de los islamistas y estos desconfían de los rifeños. Y las izquierdas están reducidas a la irrelevancia.

Es deseable que los enfrentamientos encuentren cauces de diálogo pues la actual situación fragiliza a nuestro vecino del sur y eso no nos conviene nada. No quiero decir que Marruecos no sea un país sólido, sino que depende mucho de una sola persona y estos sobresaltos no convienen. La respuesta no es represión sino democracia y desarrollo. Más democracia y más desarrollo.