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Ceferino de Blas.

El aljibe de Humberto

Contaba un veterano y asiduo lector de periódicos que antes seguía la secuencia del diario, desde la primera página hasta la última. Pero desde hace unos años lo lee a la inversa. Después de ojear las noticias de la portada salta a la página de las esquelas y continúa por la de los lectores, donde aparecen cartas interesantes.

No es infrecuente escuchar comentarios análogos de suscriptores que reciben el periódico en casa desde niños o de lectores veteranos.

La sección de esquelas es tan relevante que muchas personas, cuando no pueden leerla personalmente, encomiendan a familiares o amigos que les tengan al tanto. Incluso es el primer encargo matutino de directivos y empresarios a sus secretarias: que les informen en cuento llegan a la oficina por si tienen que enviar notas de condolencia, hacer una llamada telefónica o, en casos de mayor proximidad, acudir al tanatorio a dar el pésame.

Sobre la sección de cartas de los lectores existe una opinión divergente. Hay quien la considera intrascendente y a quien le resulta interesantísima. Se equivocan los primeros, porque tiene enjundia. Pero más que por los sesudos comentarios de comunicantes ilustrados, por la correspondencia espontánea de quienes cuentan historias.

El género epistolar es antiguo en los periódicos. La primera crónica turística que se publicó en el decano figura en una carta al director. Recién nombrado Eladio de Lema, en 1879, recibió la carta de un amigo vigués, desde San Sebastián, en la que exponía las maravillas de la ciudad vasca para el turismo, y expresaba el deseo de que en Vigo se creasen condiciones para atraer turistas.

Otra carta muy llamativa la envió, en abril de 1912, un pasajero del buque "Ipiranda", que tras atender el mensaje de socorro del Titanic, se acercó a las proximidades del naufragio, a pocas horas del hundimiento. O las que remitieron algunos reclutas vigueses que fueron a combatir en la guerra del Rif, en 1923.

Al margen de estas cartas especiales, que contienen noticias importantes, están las de tono menor, bien escritas, y que comentan con sencillez hechos o situaciones que llaman la atención.

Como la que firmaba, hace pocos días, Humberto Álvarez Rodríguez, en la que hablaba del aljibe de la calle Arines, en las inmediaciones del Castro. "Un lugar de Vigo para descubrir", como titulaba su carta, desconocido para la inmensa mayoría, y que se encuentra tapiado para evitar riesgos.

Sugería que debiera prestársele mayor atención. Tanta al menos como al que encontró en el alcázar de la ciudad de Cáceres, perfectamente señalizado, atendido, iluminado y con peces de colores en el agua, para deleite de ciudadanos y turistas.

Se preguntaba por su antigüedad, que por su ubicación debe estar ligada al interior del recinto.

Parece lógico que cumpliera una función importante en el pasado, cuando el Castro era una fortaleza a la que se acogían los vigueses cuando llegaban los peligros por mar, en forma de enemigos y corsarios. Un aljibe era un elemento de subsistencia indispensable, en una zona elevada, para tener surtidos de agua en los asedios, a los defensores acogidos a la seguridad de las murallas, que no eran muy consistentes.

Así debió ocurrir, durante la invasión inglesa de 1719, cuando la flota del almirante Lord Cobham, ancló en la Ría, desembarcó en Samil, tomó Bouzas, y rindió la plaza de Vigo. Los ingleses asediaron las murallas del Castro, donde se habían refugiado las tropas a las órdenes del coronel Fadrique González de Soto. Resistieron durante de siete días a una fuerza muy superior. Es seguro que los defensores del castillo del Castro, que sufrió el impacto de más de 3.000 bombas, como dice José de Santiago y Gómez en su "Historia de Vigo", debieron utilizar el agua del aljibe de Arines.

Tiene razón Humberto Álvarez Rodríguez: debería merecer más atención, ya que cumplió una función vital en los tiempos dramáticos que padecieron los vigueses, asediados por los enemigos, y ahora es un elemento histórico de la ciudad.

Al igual que el castillo del Castro se encuentra bien cuidado, y es uno de los lugares del que la ciudad puede sentirse orgullosa, el modesto aljibe de Arines, un apéndice histórico de la fortaleza, también requiere atención.

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