Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó FdV

Fronteras

Un debate que vuelve a estar de actualidad a ambos extremos del arco ideológico

En "Border", su reciente libro, la escritora Kapka Kassabova recorre el estrecho pasillo que bordea una de las últimas fronteras de Europa: la que separa Bulgaria y Grecia de Turquía. Es un territorio poblado de bosques y montañas, todavía primitivo para el mundo de hoy. Durante los años del comunismo se creía que esta región era uno de los puntos débiles del Telón de Acero, por lo que un gran número de alemanes del Este la visitaron como turistas para intentar llegar a Grecia. Muchos murieron en accidentes simulados de coche, algunos desaparecieron, la mayoría de ellos fueron torturados. En realidad esas vacaciones constituían una trampa, ya que los mapas que se vendían de la zona estaban convenientemente falseados y las fronteras aparecían alteradas. Así, cuando los fugitivos creían haber alcanzado la libertad -"¡estamos en Grecia!", gritaban alborozados-, lo que hacían era caer en una emboscada perfectamente diseñada por los servicios fronterizos y de seguridad del Este.

Todo esto lo cuenta Kassabova en un ensayo donde nos habla de la deshumanización que dejó tras de sí el comunismo; de la cueva por la que Orfeo descendió a los infiernos y de ritos ancestrales como la danza sobre el fuego; del vacío existencial y de los bosques vírgenes como una dimensión mágica de la vida. Dos ideas de fondo, sin embargo, marcan el pulso de este libro: en primer lugar, la conveniencia de respetar la porosidad de las fronteras y, en segundo, el error de los nacionalismos. O, más que un error, el daño que provoca la uniformización nacionalista sobre la pluralidad de las culturas. En este sentido, el siglo XIX -la gran época de los nacionalismos- fue devastador: de un mapa de la Europa central y del Este que podía verse como un jardín moteado por una miríada de flores, pasamos a otro mucho más homogéneo y uniforme. El historiador húngaro John Lukacs se ha preguntado en alguna ocasión si la fuerza histórica más determinante en estos dos últimos siglos ha sido el nacionalismo o el marxismo. Se trata de una cuestión sin una respuesta concluyente.

El debate sobre las fronteras vuelve a estar de actualidad, tras un periodo definido por la relajación. El "Brexit" constituye el mejor ejemplo de ello, al igual que la retórica antiglobalización de Donald Trump o la aparición del soberanismo como concepto político. El regreso del dictado de las fronteras se interpreta como una vuelta a la posibilidad de hacer política, de ser aparentemente autónomos frente al poder de las multinacionales. Y aquí, el posicionamiento de los extremos ideológicos no dista tanto uno del otro. Observemos al nuevo PSOE de Pedro Sánchez y sus planteamientos iniciales: oponerse -aunque finalmente hayan optado por la abstención- al acuerdo comercial de la UE con Canadá y reivindicar la plurinacionalidad de España. Hablamos, en ambos casos, de fronteras.

La negativa a apoyar el acuerdo con Canadá es inexplicable y va en contra de la propia tradición europeísta del PSOE. Hablamos de un pacto de calidad, negociado por los gobiernos de todos los países de la UE, que supone más y mejor comercio, más y mejores intercambios y, en definitiva, mayor prosperidad a ambas orillas del Atlántico. La postura de Pedro Sánchez tiene mucho de simbólico -no dejar que le coma el terreno Pablo Iglesias- en un campo abonado para el populismo antisistema que, sin embargo, refleja uno de los grandes vicios de las estrategias políticas de hoy: la dificultad de decir la verdad a los electores. Y, en este caso, lo cierto es que los detractores del acuerdo carecen de argumentos serios. Al contrario, como observa Kassabova en su libro, rara vez el proteccionismo intelectual y comercial han dado frutos de progreso en la historia. La porosidad de las fronteras es un bien.

Algo similar sucede con el concepto de plurinacionalidad, que pretende reflejar mejor la diversidad cultural constitutiva de España, pero que en realidad oculta un profundo cambio en la sustancia política del país. La nación, de por sí, es potencialmente excluyente: se sustenta en una visión falsamente normalizada de la sociedad y supone, sobre todo, como ha escrito mi amigo Juan Claudio de Ramón, una sensibilidad caduca para una época llamada a construirse sobre el consenso, la colaboración, la libertad y los derechos de los ciudadanos.

Compartir el artículo

stats