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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

La derrota del Califato

Hace cosa de tres años, en la antigua Gran Mezquita de Al Nuri en el barrio viejo de Mosul (Irak), un hombre de aspecto imponente (túnica negra, turbante negro y larga barba del mismo color) se presentó ante los creyentes como un nuevo califa y proclamó su autoridad sobre amplios territorios pertenecientes hasta entonces a los estados de Irak y de Siria. Pero al mismo tiempo anunció que pretendía extender su dominio al resto del mundo empezando por los países de mayoría musulmana y terminando por aquellos que como España lo habían sido en el pasado. El hombre se llamaba, o se hacía llamar Abu Bakr al Baghdadi y de él no se sabía gran cosa excepto que estuvo preso de los militares de Estados Unidos durante dos años, al cabo de los cuales fue puesto en libertad. A partir de esa espectacular puesta en escena, se convirtió en personaje habitual de los medios occidentales y hasta la revista Forbes lo incluyó en su lista de personas más influyentes. No era para menos. Al Baghdadi, si hemos de creer lo que nos cuentan, fue capaz de crear como por arte de magia un ejército de miles de combatientes perfectamente equipados (muchos de ellos ciudadanos europeos), ocupar enormes explotaciones petrolíferas, y hasta llegar en su rápido avance a las mismas puertas de Bagdad. Para hacer todo eso en tan poco tiempo se necesita mucho dinero y mucha complicidad política. En un primer momento se especuló con que Arabia Saudí y otras naciones del Golfo Pérsico pudieran estar detrás del fenómeno ya que el autoproclamado Estado Islámico (ISIS) se había manifestado como el exponente más radical del supremacismo suní. No obstante, al pasarse por las televisiones occidentales imágenes de las ejecuciones masivas, torturas a prisioneros y destrucción de monumentos milenarios que practicaba el Califato en sus dominios, esa explicación perdió fuerza y empezó a justificarse su fortaleza financiera en la exportación de petróleo e incluso de obras de arte en un mercado clandestino que hace caso omiso de la procedencia criminal de cualquier clase de riqueza. La fascinación mediática por la crueldad del ISIS y su habilidad para transmitir sus mensajes a través de las redes sociales llegó a su apoteosis (es un decir) con la campaña de atentados en Europa. Unos atentados que respondían casi siempre al mismo esquema. Los autores, solían ser ciudadanos europeos de origen islámico que se fanatizaban súbitamente viendo vídeos de propaganda yihadista. Y las armas a emplear iban desde el fusil de asalto Kalashnikov hasta el modesto cuchillo de cocina y últimamente a un camión lanzado contra una aglomeración humana que se había dado cita en un lugar determinado para asistir a una sesión de fuegos artificiales o a un partido de fútbol. Entender el fenómeno desde la lejanía se hace difícil, pero convendría esforzarse en ello antes de que, tal y como surgió, desaparezca de nuestro campo de visión ahora que el Estado Islámico y su califa están a punto de ser derrotados militarmente en la ciudad de Mosul cuando se cumplen tres años de su nacimiento. En algunos medios nos dicen que Al Baghdadi pudo haber muerto. Sería una lástima. Otro, que como Bin Laden, se va de este mundo sin aclarar sus complicidades.

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