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Joaquín Rábago.

Democracia digital: una promesa incumplida

Nos prometieron que el mundo digital de las redes sociales iba a permitir un mayor intercambio de ideas y contribuir así a la expansión y profundización de la democracia.

Y algunos movimientos como los del 15M, Occupy Wall Street o las llamadas primaveras árabes parecían atestiguarlo.

Pero todo aquello fue en cierto modo un espejismo, un bonito sueño desmentido por lo que ocurrió después en muchas partes: en especial por el triunfo del "Brexit" en el Reino Unido o el de Donald Trump en las presidenciales de EE UU.

Como no se cansan de señalar los estudiosos de las redes sociales, en lugar del intercambio de ideas con el que soñaron algunos, se han producido lo que se ha dado en llamar "burbujas" o "cámaras de resonancia".

"Los algoritmos no han contribuido a crear una sociedad más crítica y transparente, sino que han reforzado la llamada "insularidad cognitiva", explica el profesor de la Universidad de Sankt Gallen y autor de "Resistance of the Sensible World" (1), Emmanuel Alloa.

Los algoritmos permiten personalizar las ofertas digitales, convertirlas en una especie de traje a medida del receptor, a quien solo le llegan las opiniones que refuerzan sus creencias y prejuicios, aislándole de lo que podría hacerle dudar de todo ello y plantearse alternativas.

"La optimización conseguida gracias a los motores de búsqueda equivalen a un cabildeo digital, del que se excluyen criterios como la relevancia o la verdad", explica Alloa (2).

Todo ello lleva a una "percepción tergiversada por unilateral" de la realidad de modo que la apertura que supuestamente nos iban a traer las redes sociales no es muchas veces sino el encapsulamiento en burbujas digitales que en ningún momento interactúan.

El pluralismo no consiste ya en la posibilidad ofrecida a todo el mundo de analizar un hecho desde diferentes puntos de vista para que cada cual saque sus conclusiones, sino en la coexistencia de esas burbujas cada una de las cuales aspira a representar la única verdad.

Como escribe también Alloa, los llamados "medios sociales son ante todo espacios de subjetivación en los que se anima a los individuos a hacerse transparentes", es decir a revelarlo todo de sí mismos.

"Quienes no tiene nada que ocultar, nada han de temer" es el mantra de de los alegres propagandistas del Silicon Valley.

La hipertransparencia que se exige de los usuarios de las redes y que estos aceptan libremente se corresponde con una ceguera hacia los demás que no deja de crecer.

Alloa habla de un tipo de autocensura "posmoderna" y recuerda al respecto el origen de la palabra censura, que viene de censor, aquel magistrado de la antigua Roma que se encargaba de mantener al día el registro de los bienes de los ciudadanos.

Pero el censor también se ocupaba de recoger otro tipo de informaciones, por ejemplo las relativas a la conducta de los ciudadanos para hacerlas públicas e influir de esa forma en su comportamiento, algo que inspiró al gran teórico del Estado francés Juan Bodino a reivindicar dicha institución en el siglo XVI.

En "Los Seis Libros de la República", Bodino escribe que los hombres de bien no deben temer que se haga la luz sobre ellos, sino que, por el contrario, encontrarán placer en que se conozcan su "situación, sus bienes y su estilo de vida".

Lo mismo que hoy predica, entre otros, el creador de Facebook, Mark Zuckerberg.

(1) Nueva York, Ed Fordham, (2017). (2) Artículo en el "Süddeutsche Zeitung"

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