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José Manuel Ponte

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José Manuel Ponte

Demasiado cálido para junio

Tomo prestado el título de una película inglesa de 1964 que dirigió Ralph Thomas y protagonizaron Dirk Bogarde y Sylva Koscina, una espectacular actriz de origen croata que luego se nacionalizó italiana. En el argumento de esa película se envía a un país de la Europa del Este a un modesto empleado que sin saberlo se convierte en agente de una trama de espionaje. Y la consigna que permite hacer contactos con otros miembros de la organización clandestina es precisamente esa frase: "Demasiado cálido para junio".

Una expresión, por otra parte, que define perfectamente la anomalía meteorológica que hemos venido padeciendo porque el mes que ahora termina, último de la primavera y primero del verano, ha sido seco y caluroso en exceso. Igual que lo fueron los meses anteriores en los que en extensas zonas del país llovió mucho menos de lo normal. La prolongada sequía -que nadie se atreve a calificar de "pertinaz" para no usar el lenguaje franquista- ha disminuido notablemente las reservas de agua en los pantanos, hasta el punto de que ahora, al principio del verano, tienen la misma capacidad que hace años al final de septiembre.

La situación roza lo dramático pero la ministra de Medio Ambiente, Isabel García Tejerina, posiblemente para no alarmar a la avalancha turística que se espera, promete que no habrá restricciones al consumo de agua en núcleos urbanos. Luego, dice que tendremos que esperar al otoño para saber si las previsibles lluvias de esa estación contribuirán en algo a paliar el problema. Mientras tanto, usar el abanico, poner el cuerpo a la sombra, no agitarse demasiado, y tirar de vez en cuando del botijo para beber, que eran algunos de los consejos que daba Alfonso Guerra para pasar el trance veraniego. Indudablemente hace calor, pero algunos medios contribuyen a extender la sensación de agobio.

"España se cuece en un horno a temperatura creciente", se podía leer en la primera página de un importante periódico. Si fuera un problema transitorio, o como antes se decía de una coyuntural "ola de calor", el asunto no tendría mayor importancia. Pero si lo consideramos como uno de los efectos del cambio climático habría que empezar a considerarlo como una amenaza. España, por su situación en el mapa, es un país de clima semiafricano y está expuesta a ser afectada por las altas temperaturas en mayor medida que otros estados europeos.

Eso supone, entre otros perjuicios, avances en el proceso de desertización, disminución de los caudales de agua potable, cambios en los cultivos, y alto riesgo de incendios, como el que acaba de producirse en los aledaños del Parque Nacional de Doñana, una de las reservas de más alto valor ecológico. Y lo único positivo de todo ese fenómeno es que la evidencia del cambio climático empieza a abrir brecha en la dura mollera de los "negacionistas" que son, junto con los "creacionistas", lo más reaccionario del tiempo histórico que compartimos. En su libro "La catástrofe que viene" Elizabeth Kolbert escribe lo siguiente: "La última vez que los niveles de dióxido de carbono fueron comparables a los de hoy fue hace tres millones y medio de años". Por entonces el nivel del mar estaba 25 metros por encima del actual por el deshielo de los polos.

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