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Una solemnidad muy pontevedresa

"El Corpus pontevedrés hay que aprenderlo de niño para entenderlo de adulto y amarlo ya luego siempre."

Esto afirmaba hace medio siglo largo un editorial del semanario Litoral, que acogió a lo largo de su corta existencia unos cuantos doctos artículos sobre tan celebrada solemnidad: su historia, su tradición y su arraigo en esta ciudad, a cuenta de aquel pacto firmado por los mayordomos de las corporaciones más poderosas de la Pontevedra marinera en el siglo XVI.

Casto Sampedro, Sánchez Cantón, Filgueira Valverde, Fernández Villamil, Novas Guillén, Álvarez Negreira, Landín Carrasco y algún otro, entre todos contaron, reconstruyeron y escudriñaron hasta el último detalle de este popular festejo religioso.

Si los párrocos pontevedreses que abrieron la caja de los truenos aquella primavera de 1972 hubieran conocido un poco mejor, tanto el origen como el arraigo de una festividad tan especial, quizá no hubieran jugado con fuego. A punto estuvieron de quemarse.

Ante las históricas trifulcas entre los gremios y sus cofrades, la Iglesia en su función mediadora se pronunció siempre, siempre, siempre, en favor del mantenimiento de las costumbres ancestrales y de las tradiciones religiosas. El provisor del Arzobispado llegó a imponer en cierta ocasión su criterio en favor de los mareantes frente a los rupturistas, bajo amenaza de excomunión.

De entre todos los estudiosos del Corpus pontevedrés, ninguno como Rafael Landín Carrasco contó con tanta frescura, sin citas ni erudiciones, todo aquello que vio y vivió como niño PTV. De la mano de su padre, don Prudencio, disfrutó del privilegio de frecuentar el barrio de A Moureira para ver como vestían a San Miguel en la casa de Ricardo Ogando. Ese honor pesa mucho y deja huella.

Landín decía que el buen "gourmet" del Corpus pontevedrés no solo sabía sin vacilación el nombre y el orden de cada santo en la procesión, un conocimiento trasmitido de padres a hijos por larga tradición. Cualquier catedrático en dicha materia distinguía por su nombre y hasta por su fisonomía a buena parte de los figurantes habituales, y seguía sus ascensos de categoría con arreglo a su ubicación y función en el cortejo: desde cargar con San Telmo o marchar debajo del anda, hasta portar el pendón de su cofradía.

Una distinción muy perspicaz hacía entre los santos custodiados en el barrio marinero y los santos albergados en el centro urbano. No eran lo mismo; todavía había clases, con perdón. Tampoco cada imagen se portaba ni contoneaba de igual manera. Ni la misma melodía en cada gaita sonaba de idéntica forma. Ni el compás de tres por cuatro que acompañaba a los santos marineros era igual al que marcaba la marcha de los otros santos.

En definitiva, Rafael Landín apuntaba con su buen ojo: "el porqué de nuestro Corpus está en su raíz popular; una procesión personal e intransferible, hecha a nuestra medida".

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