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Personas, casos y cosas de ayer y de hoy

Medicina, literatura y arte

La relación entre la medicina, la literatura, el arte y las humanidades en general viene avalada por una larga tradición y ha sido catalogada, no sin razón, como cardinal e ineluctable. Los médicos afectados por este nexo entrarían en la categoría de "médicos humanistas". No hay duda que este maridaje es enriquecedor e ideal, porque la medicina, restringida como único reducto del saber, es limitada e insuficiente. Lo expresó muy bien el médico y académico español José de Letamendi (1828-1897) al afirmar: "Quién solo sabe medicina, ni medicina sabe". Múltiples son las razones que justifican esta afinidad en todas las épocas. En literatura los argumentos han sido muy bien analizados, no hace muchos años, por el farmacólogo y escritor español Fernando A. Navarro ( Viaje al corazón de uno mismo. ¿Por qué demonios escriben tanto los médicos, 1999 y Médicos escritores y escritores médicos, 2004). Con esta finalidad se planteó la pregunta: ¿por qué escriben los médicos?. Y esa pregunta, a su vez, se desdobló en otras dos: ¿Por qué estudian medicina los jóvenes con vocación literaria? ¿Y por qué se sienten impelidos a escribir los médicos? El autor desarrolla estas cuestiones a partir de la clásica división, en dos grupos, de los médicos con obras literarias: "escritores médicos" y "médicos escritores".

El primer grupo incluye a los que, después de concluir sus estudios de medicina, no ejercen la profesión, o lo hacen meramente de manera transitoria, para dedicarse en exclusivo al oficio de escribidores y, en bastantes casos, también al arte. Muchos son los ejemplos, así que solo citaremos algunos contemporáneos. En Galicia, Alfonso Rodríguez Castelao (1886-1950), desde cuya perspectiva lo hemos analizado en estas mismas páginas -véase La ilustración y la caricatura en la medicina. Faro de Vigo, 22.01.2012 y Alfonso Rodríguez Castelao, médico y los niños. Faro de Vigo, 28.04.2013-. En el resto España, Pío Baroja (1872-1956). En el extranjero, los ingleses Arthur Conan Doyle (1859-1930) o William Somerset Maugham (1874-1965), el alemán Alfred Döblin (1878-1957), el italiano Carlo Levi (1902-1975) y el norteamericano Michael Crichton (1942-2008). El segundo grupo lo integran quienes han simultaneado ambas dedicaciones toda su vida. Es decir, aquellos que han ejercido siempre su profesión médica y escribieron, de forma regular o esporádica, en los momentos que no la practicaban. También en esta categoría los ejemplos son repetidos, enumeremos algunos. En Galicia, Roberto Novoa Santos (1885-1933), que nos dejó publicaciones fuera de la medicina sobre variadas cuestiones, con una dedicación especial a la relación alma, cuerpo y muerte -véase El problema del mundo interior (1920), El instinto de la muerte (1920) o Physis y Psyquis (1922) - que ya hemos tratado en estos sueltos ( ¿Inferioridad mental de la mujer? Faro de Vigo, 26.08.2012). También en Galicia está Domingo García-Sabell (1908-2003), que presidió la Editorial Galaxia y escribió multitud de ensayos sobre temas culturales o científicos, entre ellos, Tres síntomas de Europa: Joyce, Van Gogh y Sartre (1968), Notas para una antropología del hombre gallego (1972), Análisis existencial del hombre gallego enfermo (1991) y Paseata alrededor de la muerte (1999). En otros lugares de España, podemos citar a Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), que además de su impresionante y revolucionario trabajo sobre la estructura del sistema nervioso, que le valió el premio Nobel en 1906, escribió: Recuerdos de mi vida (1901), Cuentos de vacaciones (1905), Charlas de café (1920), Los tónicos de la voluntad (1933) y El mundo visto a los 80 años (1934). Otro caso es el de Pedro Laín Entralgo (1908-2001), médico e historiador, que cultivó muchas ramas, pero sobre todo la antropología médica.

Sin embargo, Navarro no duda en juzgar esta división como simplista, sobre la base de que muchos escritores han mantenido una doble y equilibrada actividad médica y literaria. Y para corroborarlo cita varios ejemplos. El español Gregorio Marañón (1887-1960) fue un prestigioso endocrinólogo, miembro numerario de cinco de las ocho Reales Academias Españolas y escribidor de casi todo, pero mayormente de ensayos biológicos. El ruso Antón Pávlovich Chéjov (1860-1904) fue a la vez médico, escritor y dramaturgo de la corriente naturalista. Él mismo reconoció esta concomitancia: "La medicina es mi esposa legal; la literatura, solo mi amante". El estadounidense William Carlos Williams (1883-1963), ejerció la pediatría de manera brillante durante cuarenta años y, además de su obra prosística variada, fue uno de los poetas modernistas más innovadores y admirados. El portugués Miguel Torga (1907-1995) fue de profesión otorrinolaringólogo y de pasión novelista, articulista y poeta. Y el alemán Gottfried Benn (1886-1956) fue un destacado dermatólogo y el poeta alemán más importante de la primera mitad del siglo XX.

Entre las múltiples causas y factores condicionantes que pueden explicar la dualidad de médico y escritor, para Josep E. Baños la fundamental radicaría en el contacto diario de los médicos con los seres humanos, sin olvidar que estos son los principales protagonistas de las obras literarias. Pero hay otras muchas: el ambiente médico y la presión familiar, la imagen romántica de la medicina, la escritura como satisfacción del ansia de saber y la evasión?

Entre el arte y la medicina la relación parece evidente. Por un lado, está el estudio de la anatomía del arte, que fue una aportación básica de los médicos a los pintores. Por otra parte, los anatomistas y los cirujanos necesitaron de la colaboración de los artistas para su práctica y para su obra escrita e iconográfica. Fueron muchas las ocasiones en que médico y artista realizaron una labor conjunta y complementaria. Tales fueron los casos de Leonardo da Vinci (1452-1519 y de Marcantonio della Torre (1481-1511) o de Jan van Calcar (1499-1546) y Andrés Vesalio (1514-1564). Lo mismo sucedió en nuestra tierra con el escultor Francisco Asorey (1889-1961) y los anatomistas de la Escuela Compostelana: Cadarso, Echeverry, Fontán y otros. Pero es más, incluso para algunos médicos la colaboración les resultó insuficiente e ilustraron sus propias obras, como el anatomista francés Paul Richer (1849-1933), fisiólogo y catedrático de anatomía artística. Sus esculturas anatómicas están en los museos de todo el mundo y sus magistrales dibujos de histéricos y epilépticos están recogidos en su obra Démoniaques dans l´art (1887).

La importancia de la literatura y de las humanidades en los currículos médicos es innegable. En 1972, comenzó a impartirse un programa de literatura en la Facultad de Medicina de la Pennsylvania State University College en Hersey y, en la actualidad, se dictan cursos de humanidades en Universidades de todo el mundo, a nivel de pre y postgrado. Todo es poco. Sin una atención expresa por lo humano, formaremos unos grandes técnicos especializados, mas no serán médicos vocacionales al servicio integral de las necesidades individuales del paciente.

En 1931 se creó en España la Asociación de Escritores Médicos, que el mismo año pasaría a denominarse Sociedad de Escritores Médicos. En 1966 sería reconocida con el nombre de Sociedad de Médicos Escritores y Artistas y, a partir de 1987, adoptó la denominación de Asociación Española de Médicos y Artistas (ASEMEYA). Su objetivo esencial fue y es agrupar a los médicos con inquietudes, afición y una mínima obra en el ámbito de la literatura y/o en el arte. Entre sus socios figuraron médicos ilustres como Marañón o Ramón y Cajal, además de otros muchos. Sin embargo, dentro de conjunto de ilustres miembros que la han formado a lo largo de estos 86 años, quiero hoy referirme, concretamente al doctor Francisco Torres González (Bolaños de Calatrava, Ciudad Real. 1928 - Ciudad Real, 2008). Su conocimiento me viene a través de un querido y cercano amigo, el también médico ciudadrealeño Luis Calahorra Fernández, actual jefe de del Servicio de Urología del Hospital General Universitario de Ciudad Real. Sus padres, ilustres clunienses, José Calahorra Pérez -ya fallecido- y Pepita Fernández Crespo, mantuvieron una estrecha amistad con Torres González. Tanto Torres González como Calahorra, más allá de su profesión, sostuvieron una intensa actividad, común y solidaria, a favor de la sociedad ciudalrealina y la Iglesia, llegando el segundo a la máxima responsabilidad en la Acción Católica Española.

Torres González fue un psiquiatra prestigioso que dirigió el Hospital Psiquiátrico Infantil de La Atalaya, al tiempo que ejerció la profesión en su consulta privada de Ciudad Real. Pero además fue un médico humanista con especial dedicación a la historia y la literatura. Cada uno de sus trabajos era el fruto de una investigación rigurosa y la lectura de muchos libros. Su prosa fue juzgada por Cesar Nicolás Alcázar (pseudónimo de Julio de Pablos, director El Cronista Calatravo), con las siguientes palabras: "escribía con gran brillantez, lograba expresarse con toda claridad y elegancia, enganchaba al lector desde el principio, y aquello como periodista que soy, me causaba admiración". Una buena parte de su labor literaria, está recogida, fundamentalmente, en Cuadernos de Estudios Manchegos y en El Cronista Calatravo, trabajos digitalizados que pueden consultarse en el Instituto de Estudios Manchegos o Dialnet. Entre ellos destacaría La medicina española en tiempos de Cervantes, 2005 y El vino en la experiencia médica: luces y sombras, 2007. Otros estudios no fueron publicados y alguno de ellos los conservaba doña Pepita Fernández, que me los ha cedido de mano de su hijo Luis. Uno es nada menos que su magistral discurso de ingreso en la entonces llamada Sociedad Española de Médicos Escritores, titulado Alfonso X el Sabio. Reflexiones de un psiquiatra. Otro, que me ha llamado poderosamente la atención es La psicopatología de los primeros Borbones, tanto por su rigurosidad como por su enfoque atractivo y novedoso. Su lectura me ha servido de orientación y guía para que dedique alguno de estos sueltos dominicales a analizar, desde el enfoque médico actual, a determinados monarcas españoles que padecieron enfermedades tanto físicas como psíquicas. Esto tuvo que afectar, sin duda, sus vidas, sus altas responsabilidades y, como consecuencia, a sus familias y a los que de ellos dependían. El tema es apasionante, saber cómo fue la salud y la mente de quienes dirigieron no solo el destino de España sino el de medio mundo durante varios siglos.

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