Pese al ninguneo aparente con que el PP afrontaba la moción de censura de Podemos, Mariano Rajoy se empleó tan a fondo que hasta hizo bueno el tópico emprendedor de convertir los contratiempos en oportunidades. Ni siquiera el desprecio gestual del ministro de Cultura entregado a la lectura (vaya incongruencia) durante la intervención de Irene Montero rebaja la trascendencia que la cita parlamentaria de ayer tenía para un Gobierno que, aunque acaba de despejar el horizonte político para dos años con la aprobación de los presupuestos, sufre la abrasión de una corrupción que nunca afrontó con la honestidad necesaria para crear un cortafuegos con ese pasado ominoso. La de ayer era una ocasión propicia para crecerse sin riesgo y la supuesta víctima propiciatoria la aprovechó a fondo.

La primera intervención de Rajoy entre la portavoz Montero y el aspirante Iglesias rompió lo que llevaba camino de ser una auténtica moción a la cubana, casi cinco horas de discurso de Podemos encadenado. El presidente a deponer fue implacable con Montero, perjudicada por la dramaturgia en el reparto de papeles. Mimetizada con el habitual tono combativo del líder -ayer Iglesias iba en modo institucional y, a ratos, profesoral- se desgañitó con un exceso de vehemencia que fue el flanco débil por el que empezó la embestida de Rajoy. A su destreza parlamentaria, con su estilo habitual cargado de socarronería, citas apolilladas y refranes, añadió un discurso enlatado, de buena factura, orientado a cambiar el guion de la sesión, sin descender a los detalles. Fortificado en la descripción de su supuesto milagro económico, la corrupción quedó reducida casi a una anécdota, a episodios aislados de los que ningún partido está libre. "España gana y ustedes pierden", concluyó el candidato a censurado dejando constancia de algo que ya era bien sabido antes de iniciar la sesión.

Folio a folio, réplica a réplica, Montero, Rajoy e Iglesias consumieron casi ocho horas de un debate que superó las doce y que deja constancia de lo importante que resulta tasar los tiempos para que el Congreso no se transforme en una institución insufrible.

El aspirante a la presidencia consumió algo menos de tres horas en presentar un programa que quedó difuminado por la detallada genealogía de la trama ("lectura torcida de la historia" lo llamó Rajoy). Como si estuviera de vuelta al estrado de la Facultad, Iglesias relató las profundas raíces de lo que acuñó como el "nacionalpatrimonialismo", la vieja querencia por los bienes comunes y el presupuesto del Estado de eso que ahora se llaman élites extractivas. En el presente, esa arraigada corriente de sacamantecas de lo público tiene nombres como Villar Mir, ejemplificó un aspirante a presidente conocedor de que la oportunidad de encumbrarse en el Gobierno que estaba consumiendo no era la buena. El relato histórico sirvió de complemento a un retrato de la España a pie de calle que recordaba a aquello de María Ostiz (del PP, por cierto) de "un pueblo es, un pueblo es...".

El tímido reconocimiento de errores de Iglesias, sin concretar cuales, podría interpretarse como el arrepentimiento de haber votado con el PP en la investidura fallida de Pedro Sánchez. Entonces ya era previsible mucho de lo que afloró después y con lo que ayer Podemos justificó una parte sustancial de su intento de derribo a Rajoy. Pero Iglesias no hablaba de aquello que provocó la silente división de su propio grupo y por eso su llamamiento al PSOE para sumar fuerzas, también insuficientes para el propósito de la moción, sólo cosechó la indiferencia de los socialistas.

A la misma hora que Rajoy replicaba a Montero trascendía que Granados, el cabecilla de la "Púnica", abandonará la cárcel después de dos años y medio. Lucirse ante un rival derrotado de antemano en nada frena el cerco inexorable de la corrupción que se cierra en torno al PP.