Scotland Yard ha añadido dosis innecesarias de un misterio inexplicable a la identificación de las siete víctimas mortales de Londres. No ocurría desde Agatha Christie. En las últimas horas, la Policía desveló la muerte de Ignacio Echevarría, el héroe español del monopatín, que perdió la vida por intentar salvar la de una mujer que estaba siendo acuchillada. La ausencia de noticias sobre su paradero no hizo más que alimentar el dolor de la familia que ha tenido casi el mismo comportamiento heroico de Ignacio en la búsqueda angustiosa del ser querido.

Esta vez, al contrario que en 2005, no había mutilaciones que desfigurasen los cadáveres acuchillados por los yihadistas. Entonces eran muchos más los muertos en las explosiones de las bombas de los metros y la identificación duró semanas. Estaba justificado, ahora no parece que las actuales circunstancias obligasen a tanta espera y dolor. Sin embargo así ha sido.

El Yard, presa de la desorientación que vive la sociedad británica, puede haberse puesto nervioso en su concreción del rigor en un país en estado de alerta y zozobra que acude a las urnas con el voto supuestamente mediatizado por el terror. En España sabemos lo que eso significa después del 11-M: la quiebra de la ineficacia y la forma en que la aprensión y el miedo se cuelan e influyen en las voluntades de los votantes. No todos somos Ignacio Echevarría.

El ser humano cae con facilidad en los mismo errores. A Theresa May podría ocurrirle hoy lo que a Cameron con el Brexit tras haber convocado las urnas para sentir la legitimación ante quienes en su partido dudan de su capacidad para dirigir el destino del Reino Unido.