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Joaquín Rábago.

La izquierda en su laberinto

Desde que aquel neohegeliano estadounidense de apellido japonés proclamó prematuramente el fin de la historia, anda la izquierda perdida en su particular laberinto.

Acomplejada y seducida por el hábil relato neoliberal, impotente ante una globalización que ha servido para aumentar hasta extremos obscenos las ganancias de unos pocos a costa de la mayoría, la izquierda parece no levantar cabeza.

Ha abandonado a su suerte al que había sido su tradicional electorado: la mayoría social se ha sentido de pronto huérfana y ha buscado en ocasiones refugio en figuras carismáticas de tan engañosa como peligrosa retórica.

Escarmentada por sus fracasos electorales, parece sentir cierto sector de la izquierda nostalgia de aquellos tiempos en los que la llamada Tercera Vía ganaba elecciones, olvidando que fueron precisamente aquellas políticas las que trajeron estos lodos.

Conviene recordar que la Dama de Hierro, Margaret Thatcher, consideraba al laborista Tony Blair un alumno aventajado. Y no le faltaba razón dentro del cinismo de aquel comentario.

Hoy vemos ya dónde están los impulsores de aquella vía: el expremier británico y dónde su correligionario, el excanciller alemán Gerhard Schroeder, convertidos ambos en asesores de banqueros y de autócratas. ¡Excelente ejemplo para la izquierda!

Nunca debieron los gobiernos de izquierda aceptar sin más la globalización en los términos planteados: exportación de la producción a países de mano obra más barata con las consecuencias que conocemos: rápido aumento del desempleo y feroz competencia a la baja de los salarios nacionales.

La liberalización comercial y financiera junto a las salvajes políticas de austeridad impulsadas por Berlín y Bruselas y aceptadas, aunque fuese a regañadientes por los gobiernos socialdemócratas, convirtieron estos en meros rehenes de la economía.

Y trataron entonces de compensar aquella sumisión con políticas sociales como el matrimonio homosexual o la igualdad de género mientras asistían impotentes a la devaluación salarial y al aumento del paro y la desigualdad económica.

Está claro, a la vista de lo sucedido, que la izquierda no puede proseguir por esa vía si no quiere perder definitivamente su razón de ser, sino que ha de tirar por la borda sus complejos frente a un capital cada vez más voraz y desacomplejado.

Dejando atrás luchas intestinas y estériles rivalidades, tiene la izquierda que buscar sobre todo la unidad de acción, identificar claramente sus intereses y centrarse en sus prioridades.

Y la tarea más urgente no puede ser otra que reducir la galopante desigualdad en lugar de dedicarse a recortar con nuevas leyes la democracia, que es lo que está ocurriendo en todas partes.

Como ha señalado entre otros Noam Chomsky, la concentración de riqueza sólo lleva a la concentración de poder. Y, en una especie de círculo vicioso, ésta se traduce en leyes que hacen que siga concentrándose la riqueza en cada vez menos manos y aumenten de paso las medidas represivas de los gobiernos.

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